El Santo de los pobres


Relatos de la Beatificación y

la Canonización de Martín de Porres 

EL SANTO DE LOS POBRES 

SAN MARTÍN DE PORRAS 


El R.V. Padre Rubén Vargas Ugarte relata el glorioso momento de la Canonización de fray Martin de Porres, en su obra "EL SANTO DE LOS POBRES. El Padre Vargas, tuvo la gracia de estar presente en la Basílica de San Pedro el 6 de Mayo de 1962. Nació en Lima el 22 de octubre de 1886. Hijo del historiador Nemesio Vargas Valdivieso. Estudió en el Colegio San Luis y en el Colegio de la Inmaculada de los Jesuitas en Lima. En 1904 viajó a Pifo, Ecuador para ingresar al Noviciado de la Compañía de Jesús, luego viajó a España, para estudiar Humanidades y Filosofía en el Colegio de Granada. Se ordenó sacerdote de la Compañía de Jesús en 1921, en Barcelona donde finalizó sus estudios de TeologíaInició su aventura de investigador visitando el Archivo del Vaticano en Roma y sobre todo el Archivo General de Indias en España. Falleció el 14 de febrero de 1975. 




CAPITULO XXII

LA BEATIFICACIÓN

 



La situación de la Europa y los sucesos que vinieron a conmover la América Española en el primer tercio del siglo XIX dieron lugar a una verdadera paralización de la causa. No obstante esto, las esperanzas que de su feliz éxito se habían concebido no podían verse frustradas, sobre todo si se tiene en cuanta que el Venerable Martín continuaba obrando prodigios a favor de los que le invocaban. Uno de ellos, el realizado en 1785 en la persona de doña María Fuentes y Gálvez, mujer de don Severino Ceballos, residente en Guayaquil, confirmo su fama de taumaturgo y la extendió dentro y fuera del país. Padecía esta señora hacia 5 años una fistula cancerosa en parte muy delicada y, habiendo ensayado todos los medios para su curación y consultando diversos médicos, no había experimentados mejoría alguna. Vino a Lima con la esperanza de encontrar en los facultativos de esta ciudad algún alivio y llamó para este efecto a los doctores, Felipe Boch, cirujano francés, Francisco de Mendoza, Miguel Utrilla, Francisco Navarro y otros, considerados en aquel entonces como los peritos en el arte de curar. El resultado de estas consultas fue le declarar que era incurable su mal y que solo podía echarse mano de algún paliativo para calmar sus dolores. Hallábase en este estado y muy desconsolada, cuando llego a su noticia que la Santa Sede había declarado heroicas las virtudes de Martin y Juan Masías. Una amiga suya la incito a invocar al primero indicándole que su curación podría servir para adelantar la causa y lo hizo con viva fe, yendo en persona a visitar su sepulcro y aplicando tierra del mismo a la llaga. Al tercer día, advirtió que esta se había cicatrizado y que había dejado de manar pus la parte afectada aun comprimiéndola, quedándole tan solo un pequeña cisura, la cual vio a cerrase también al siguiente día, de modo que no le quedo otro rastro de su mal que una ligera mancha.
 
Tan claro y manifiesto milagro no pudo quedar en silencio. Por disposición del Excmo. Señor Arzobispo una comisión de teólogos examino atentamente el caso y, además, tres distinguidos profesores de medicina, el doctor don Cosme Bueno, el doctor Domingo Egoaquirre y don Agustín Pérez, reconocieron a la enferma y, teniendo presente el dictamen de los que con anterioridad habían atendido a la paciente, declararon los tres que la curación era completa y que aun la ausencia de cicatriz naturalmente no tenia explicación. El doctor José Manuel Valdés, medico también, del cual tomamos estos datos, dice haber tenido a la vista el dictamen de sus colegas y asegura que no puede dudarse de la realidad de este insigne milagro.

Pasaron, sin embargo, algunos años e interrumpidas en buena parte las comunicaciones entre Europa y América, no se tenía noticia en Lima del estado de la causa. Solo en 1835 una alegre nueva vio a llenar de contento a los devotos de Martín. Desde Chile comunicaron al Prior del Convento del Rosario, fray Lázaro Balaguer y Cubillas, que estaba próximo el día de su Beatificación y se le comunicaba la orden del Maestro General de los Dominicos de remitir a Roma algunas reliquias de Martin de Porras y de Juan Masías. No tardo en llegar a nuestras playas la confirmación del anisado suceso. 
 
El Arzobispo don Jorge de Benavente recibió de la Sagrada Congregación de Ritos del Decreto autentico por el cual Su Santidad Gregorio XVI, después de haber sido aprobados los milagros que se presentaron para la Beatificación de Martin, en la junta general celebrada en el Palacio de Quirinal, el día 1° de agosto de 1836, en presencia del Cardenal Pedicini, Prefecto de dicha Congregación, del relator de la causa, Cardenal Odescalchi y demás oficiales manifestó que con seguridad se podía proceder a la solemne Beatificación del Venerable.

La ciudad se vistió de fiesta y un repique general de campanas anuncio a los vecinos de Lima que en la Iglesia de Santo Domingo se iba a entonar un solmene Te Deum e acción de gracias por el honor que se iba a discernir a uno de sus compatriotas, el humilde Hermano del convento del Rosario. Días mas tarde, con asistencia del Excmo. Señor Arzobispo, se descubro el sepulcro que guardaba los restos de fray Juan Masías en la recoleta de Sta. María Magdalena y se extrajo de entre los huesos uno del brazo, a fin de remitirlo a Roma. Hízose otro tanto en la capilla denominada del Santo Cristo, en el interior del convento del Rosario, donde reposaban los restos de Martin y al abrir la caja que los contenía se advirtió la falta de algunos huesos, los cuales se habían distribuido al trasladarlos o reconocerlos anteriormente. Escogiéndose tres de ellos y debidamente encajonados y sellados se enviaron junto con el brazo de fray Juan a la Ciudad Eterna.

Llego por fin el día señalado por Dios para la glorificación de nuestro Santo. El 8 de agosto de 1837 se publico en Roma la Bula de Beatificación y se designo el 29 de octubre del mismo año para su solemne triunfo en la Basílica Vaticana. 
 
Aquel día lucio con inusitado brillo desde lo alto de la gloria del Bernini la figura plácida y amable de Martín, del enamorado de los pobres de Cristo, del moreno de alma pura que supo atraer sobre sí las miradas del Omnipotente, del esclavo de sus hermanos exaltado por su humildad al solio de los Bienaventurados. 
 
En mayo del siguiente año la esplendida Iglesia de la Minerva, joya que los siglos medios legaron a Roma y centro de las actividades de la Orden de Santo Domingo, vestía sus mejores galas para solemnizar la Beatificación de Juan y de Martín. Uno de los más elocuentes predicadores de aquel siglo, el R. padre Joaquín Ventura de Ráulica, se encargo de glorificar con su palabra al Hermanos dominico. Su palabra enardeció a los oyentes y sirvió para que se difundiese aun mas la notica del Santo, pues bien pronto fue traducido este admirable discurso al castellano y al francés. Dios había glorificado a su siervo y la Iglesia Santa, dócil a sus designios, había aureolado la figura de Martín con un halo de luz inmarcesible.
Y con el poeta, pudieron cuantos fijaron sus ojo en su imagen expuesta a la veneración del mundo repetir:

En vano, gran Martín, la noche fria
Vistió tu rostro con la sombra obscura;
Mas que la nieve era tu alma pura
Y mas clara que le sol de medio día;
Y hoy en la gloria perennal te alegras,
Mientras gimen sin tregua en el profundo,
Mil y mil que tuvieron en el mundo
Los rostros blancos y las almas negras.

Cuando al Perú llegaron las Bulas de Beatificación de los dos legos dominicos, el país comenzaba a convalecer de las heridas abiertas en su seno por la división de sus hijos y la sañosa envidia del invasor extranjero. Un nuevo Congreso Constituyente se había reunido en Huancayo y el Ejecutivo, alejado de la Capital, no pudo darles el pase, siguiendo la abusiva costumbre de aquel tiempo. 
 
Esta circunstancia retraso las fiestas con que la ciudad deseaba exteriorizar su júbilo y sólo en abril de 1840 se pudieron llevar a cabo con la participación de los poderes públicos y de un gentío innumerable, que consideró como un augurio de paz la exaltación de estas nuevas flores de santidad del pensil limeño. “No os parezca demasiada exageración, escribía el Arzobispo, don fray Francisco de Sales Arrieta, al Sumo Pontífice, el que, no bien esta cristiana grey tuvo noticia de haber en esta ciudad letras de su amante padre, en circunstancias de concluir un guerra desoladora, que había cubierto de luto todos los corazones, cuando por las calles y plazas, como la mujer del Evangelio que convocaba a sus amigas, se daban los parabienes, por haber logrado ya la dracma que deseaban”.

El 19 de abril, Domingo de Resurrección, fueron trasladadas solemnemente y bajo palio desde Santo Domingo a la Catedral las Bulas Pontificias, formando el cortejo las autoridades civiles y religiosas y gran cantidad de pueblo. A las puertas de la Basílica aguardaba el Excmo. Señor Arzobispo en compañía de los Obispos de Alalia, Luna Pizarro y del de Mainas, Arriaga y una vez leídas desde el púlpito por el Notario Mayor, se entono el Te Deum de Acción de Gracias, siguiéndose luego las salvas de la tropa, el alegre volteo de las campanas y los fuegos y luminarias con que se regocijo el acto. Al siguiente día, 20 de abril, se canto una Misa Solemne, con asistencia del presidente de la república, general Agustín Gamarra, del personal de las Cortes y demás Tribunales, de la Casa Militar y de representantes de todas las corporaciones. El concurso fue extraordinario, la devoción y el júbilo se reflejaban en todos los semblantes y nada falto para hacer de la fiesta un cálido y general homenaje rendido a la virtud. Fray José Vicente Seminario, de la Orden de Predicadores, tuvo a su cargo el panegírico de los dos nuevos santos y al terminarse la misa, fueron conducidas procesionalmente hasta Santo Domingo las imágenes de Martín y de Juan, seguidas de las de los Santos, Toribio de Mogrovejo, Rosa y Francisco Solano.
 
Desbordóse el publico por las calles del transito y ya con mas libertad se desahogo el fervor popular. Las clásicas celosías y balcones lucían colgaduras y de ellos se arrojaban flores al paso de las andas hasta llegar al templo, en donde penetro la efigie transfigurada e Martín, del alerta campanero que por tantos años había sido el primero en franquear su dintel, invitando a todos a penetrar en esa casa de oración. A esta fiesta se siguió la de sus hermanos los dominicos le ofrecieron en su Iglesia, adornada como en los días grandes y revestida de sus mejores galas. Lima pago si no con creces, al menos dignamente, el favor recibido y, al ser colocada a uno y otro lado de su hermana Rosa de Santa María, las efigies de los dos santos, juntamente con las urnas que guardaban sus reliquias, se abrió un fuente de gracias que todavía corre, para dicha de los que imploran su intercesión y confía en su patrocinio.

 

CAPÍTULO XXIV

LA CANONIZACIÓN



Quien quiera que haya hojeado estas páginas y haya fijado su atención en los años transcurridos desde la muerte del Santo hasta el momento en que fue propuesto a la veneración de los fieles, no habrá podido menos de advertir la lentitud con que procedió su causa. No es éste un hecho insólito, en Roma no se dan mucha prisa en estos asuntos y de ahí que con alguna ironía se acostumbra decir que Roma es eterna. Muchas veces somos nosotros o para hablar más exactamente son los encargados de promover la causa los causantes de esta lentitud y a ello hay que agregar un factor geográfico: la distancia que separa este continente de la curia romana. Hoy se ha acortado esa lejanía, pero en otra época fue palpable y lo corrobora el caso de las sana Mariana de Jesús, la Azucena de Quito, canonizada recientemente.

Casi ciento sesenta años tuvieron que transcurrir, desde la apertura del Proceso Apostólico hasta la Beatificación de Martín y ciento veinticinco años desde esta fecha hasta su canonización. Pero gradualmente y cada vez con mas énfasis se insistió en la necesidad de dar cima a su causa. Cuando en 1926 su Santidad Pio XI dispuso su reanudación, todos concibieron grandes esperanzas y desde aquel punto se trabajo con ahínco por difundir su culto e implorar su intercesión. Refiriéndome tan solo a Lima, su patria así el Centenario de la Beatificación en 1937, como el de su muerte, en 1939, dieron motivo a diversas manifestaciones de piedad y de adhesión que no poco contribuyeron a avivar en los ánimos el deseo de que se acelerara su triunfo.
Ya nos hemos referido a la extraordinaria difusión de su culto en todo el mundo y esto era ya una señal manifiesta de la voluntad de Dios. Sin embargo, en toda canonización se exigen algunos milagros y éstos habían de dar la solución. No dejaron de presentarse y así en el año 1938 se envió a la Sagrada Congregación de Ritos para su examen, el de una curación atribuida al Santo en Cajamarca; en el año 1941, ocurrió otro tanto con un prodigio obrado según se dice en Detroit (Estados Unidos) y, finalmente, en el año 1948, llegaban a Roma los datos de un caso extraordinario sucedido en Transvaal, en el sur de África. Sometidos a un riguroso examen, ninguno de ellos fue aprobado y hubo que recomenzar. Nadie perdía las esperanzas y con fundamento. La hora llegaría aun cuando para nuestra impaciencia tardara más de lo previsto.

En el año 1948 se remitió el proceso seguido en la curación instantánea de una señora de edad avanzada. El caso había ocurrido en la Asunción del Paraguay y se trataba de una obstrucción intestinal, rebelde a todos los tratamientos y que no podía ser operada por tratarse de una mujer de 87 años. El caso era desesperado y ya había sobrevenido un colapso cardiaco que agravaba el estado de la enferma. Una hija suya que vivía en Buenos Aires, toma un avión para ir al lado de la enferma y, desde el primer momento pone el asunto en manos del Santo Martín. Llega a la Asunción y aquella misma mañana, al amanecer la enferma recobra completamente la salud y el mal desaparece. Este milagro fu aprobado por la Sagrada Congragación.
 
En el año 1956, tiene lugar otro prodigio debido a Martín. Un muchacho de poco más de cuatro años de edad, de Tenerife en las Canarias, recibe un golpe en el pie producido por un bloque de cemento de treinta kilos de peso. Prácticamente el pie queda deshecho y el estado del herido es de cuidado. Aparece la gangrena y no la pueden detener los médicos que asisten a Antonio Cabrera Pérez, que así se llama el muchacho. La amputación se hace necesaria a juicio de cuatro facultativos a quienes se consulta el caso. Pero he aquí que la familia vuelve sus ojos a Martín, aplican al pie deshecho una imagen del Santo y el 1° de Setiembre en la noche, desaparece la gangrena y la cicatrización se inicia normalmente. Todos quedan estupefactos y el milagro parece patente.

Aprobado este milagro en la Sagrada Congregación, podía procederse a la Canonización, pues el Sumo Pontífice podía dispensar en el tercer milagro que comúnmente se exige. Como el examen de estos casos extraordinarios exige tiempo no se obtuvo la aprobación de inmediato. El último de los citados fue visto por la comisión médica, compuesta de un buen numero de médicos expertos y de nota el 11 de enero y el 18 de octubre de 1961. La comisión dio su fallo favorable y esto hizo pensar a algunos que, tal vez, en Diciembre de aquel año se realizaría la Canonización. No fue así. El 13 de febrero de 1962, la Junta de Teólogos revisó el proceso y la conclusión también cedía a favor de la causa. Por fin, en la Congregación General, presidida por su Santidad el Papa se aprobó el decreto llamado de Tuto, o sea que se consideró que no había óbice algún para proceder a la Canonización. Este acto que tuvo lugar el 20 de marzo de 1962 llenó de alborozo a todos los devotos del Santo y comenzaron los preparativos para el gran triunfo de Martín.

Se fijo el día 6 de mayo para la ceremonia, o sea la Dominica Segunda después de Pascua y tuvimos el consuelo de asistir a ella, formando parte del la Comisión nombrada por el Gobierno del Perú. No nos detendremos a describir la magnificencia que se despliega entonces bajo las bóvedas de San Pedro, baste decir como o se lo oí a un caballero romano, buen conocedor de la pompa usada en la Basílica, que no hay fiesta religiosa alguna que llegue a supere en esplendor y boato a la de una Canonización.

En esta ocasión el concurso, que suele ser muy crecido, rebasó todos los límites, pues se llegó a ver lo que es muy raro que ocurra, esto es que entre la multitud se vieran representantes de todos los continentes y de todas las razas. La América del Sur, con el Perú a la cabeza, había enviado numerosos peregrinos; la América del Norte, en donde tanta veneración se tributa al Santo, veíase también representada y no ya por gente de color sino aun por católicos de raza blanca; el África, el Asia, la Australia, todas estas regiones tenían delegados en gran numero y, por ultimo la Europa rendía también su fervoroso homenaje al humilde lego dominico. De España, de Francia, de la católica Irlanda, de Italia y Alemania, habían acudido grupos compactos, pero merecen singular mención los irlandeses y los boloñeses, donde es Martin muy popular.

Fuera de la delegación oficial del Perú, en el cual se veía a algunos embajadores, también el Gobierno español se hizo representar por un ministro de estado y por otras personalidades distinguidas. La jornada fue bellísima y hasta el tiempo contribuyó a que la alegría y el contento fuese general y que al penetrar en la Basílica, presidiendo el cortejo, la imagen de Martín, rompieran todos en vivas y aplausos. Esta estruendosa ovación se repitió cuando al final del acto, Su Santidad el Papa Juan XXIII, se presento en La Logia de la Basílica, desde donde impartió su bendición a todo los que llenaba la majestuosa plaza de San Pedro.

Hemos tenido la dicha de ver glorificado a San Martín de Porras. Viene a unirse al grupo que forman Toribio de Mogrovejo, Francisco Solano y Rosa de Lima, Santos que convierten a Lima, llamada la ciudad de los Reyes, en la ciudad de los Santos. De hoy más cuantos vengan a postrarse ante los restos de Rosa de Santa María y quieran exhalar el perfume que todavía se desprende del huerto que ella frecuentaba y donde labro una ermita para a solas gozar de la presencia de su amado, podrán también recorrer los claustros de Santo Domingo que Martín aseaba con su escoba y visitar la enfermería, hoy convertida en capilla, en donde se prodigo en beneficio de sus hermanos y entrar también en la sala capitular, de donde todavía pende el Santo Cristo, con el cual se le vio abrazado mas de una vez en lo alto, atraído por la llaga del costado de Jesús crucificado.
 
Quiera Dios que estas líneas que nos ha dictado no tanto el conocimiento adquirido, cuando el afecto que sentimos hacia Martín, contribuyan a difundir más y mas su devoción y a inspirar en todos ese sincero y puro amor a Dios y los prójimos que ardía en su alma. Y ahora, agradecidos al cielo que nos dio este fruto de bendición, acerquémonos con la imaginación al glorioso Santo dominico, cuya figura yo he deslustrado con mi tosco decir, llevemos a nuestros labios la orla de su hábito y pidámosle que avive en nosotros la caridad y, unidos todos, repitamos esta plegaria:

Señor: Haz que vuelva el leguito con su gato
con su dogo y ratón y con su plato
de humilde loza y que e en la noche oscura
del mundo, alce su voz a Ti, Señor,
y que brote después, como flor
en los hombres su autentica ternura.

VARGAS UGARTE S.J., R.; El santo de los pobres. Ediciones Paulinas, (sexta edición), 1986. Lima.


También puedes ver:

1962 - Celebraciones en Lima por la Canonización de fray Martín de Porres

1962 - Basilica de San Pedro canonización de fray Martín de Porres


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