San Juan Macías - Biografía amplia


SAN JUAN MACÍAS


Niñez y adolescencia 

Familia

Imagen de San Juan Macías que encuentra en el Convento de Santo Domingo de Lima.
Juan Macías nació en Ribera del Fresno, provincia de Badajoz (España), el 2 de marzo de 1585. Sus padres, Pedro Arcas e Inés Sánchez, murieron víctimas de las epidemias del tifus y de la viruela, dejando en la orfandad a Juan y a su hermana Inés. Juan queda huérfano de padre a los cuatro años y medio, y de madre, pasados los cinco; Inés apenas contaba dos años, cuando murió su madre. En estas circunstancias, los niños pasaron a la tutela de sus tíos Mateo Sánchez e Isabel Salguera que habían oficiado de Padrinos el día de su bautismo.

De su buena madre Juan guardaba este grato recuerdo, aún siendo mayor: "pues, ella fue mi maestra; de ella tengo aprendidos el Padre Nuestro, el Ave María y el Gloria". Preciosa herencia que Juan jamás echó en olvido.

Desde los seis años pastor de ovejas

El hogar de Mateo e Isabel era como el hogar de los campesinos pobres de todos los tiempos y lugares. Los tíos carecían de recursos económicos para sustentar y educar a Juan. En tales circunstancias Mateo Sánchez concertó a su sobrino Juan Macías como pastor de ovejas en la hacienda de un terrateniente extremeño. Por su trabajo, el niño Juan recibiría la comida, una casaca de cuero, pantalones, zapatos y una manta para abrigase del frío. De su instrucción escolar, nada se decía. Lo cierto es que Juan Macías jamás pisó una escuela elemental. Desde la salida del sol hasta el ocaso, pasaba al Pie del rebaño oteándo aquí y allá, no fuera que el lobo rapaz le arrebatase un corderito.

Siendo religioso Juan Macías recordaba esta apacible aunque dura etapa de su vida "desde 1os seis años aprendí a trabajar.

Un Pastor contemplativo

Juan Macías, en su adolescencia, era un profundo contemplativo de la naturaleza. Todo le hablada de Dios. Por la mañanas, con el saludo del Angelus, salía del pueblo conduciendo el rebaño por los rastrajos de la pintoresca región de la Extremadura y mientras el sol se paseaba por el firmamento, Juan se arrodillaba bajo la sombra de 1os olivos y se ponía orar y meditar en los misterio del santo Rosario. Recita en voz alta y cantar el Ave María, hasta escuchar el eco de su voz en el espacio, era el entretenimiento de Juan.

Por las tardes, cuando el horizonte parecía arder en llamaradas, volvía a casa con el alma gozosa, uniendo su canto al concierto de los pajarillos que, saltando de rama en rama, retornaban a sus nidos.

De esta forma, Juan Macías vivía unido a las demás criaturas de la tierra que sin cesar elevaban sus alabanzas al Creador.

Aspiraciones de un joven trabajador

Juan Macías cuenta veinte años de edad. La Noche Buena de 1ó05, cuando saboreaba su frugal alimento, en compañía de sus tíos y de su hermana Inés, les manifestó su decisión de emigrar de Ribera del Fresno, donde había sufrido los rigores de la orfandad, la pobreza, y el aislamiento social, para viajar por el mundo en busca de mejores condiciones de vida, y sobre todo, cumplir la voluntad de Dios, según se lo había dado a entender en repetidas ocasiones, un niño desconocido , en el pueblo, que decía llamarse san Juan Evangelista.

Por aquellos años, "los campesinos (españoles) iban perdiendo sus tierras que pasaban a manos de los nobles; incluso ellos mismos pasaban a depender de los señores feudales que establecían sobre ellos un señorío que les permitía imponer servicios, tributos y vasallaje, sobre haciendas, villas y personas.

Las aldeas eran tan pobres que no habían manera de ganarse el pan en ellas." (J.L. Gago).



Misa de gallo...

Las campanas, de la parroquia de Ribera del Fresno, aquella noche repiqueteaban locamente llamando a Misa de Gallo. La Familia se levanta de prisa y se vuelca al templo. El canto de los villancicos acompañados de pitillos, órgano y panderetas, transportaban el espíritu de Juan a los remotos tiempos del nacimiento de Jesús en Belén. Le parecía ver al recién nacido rodeado de extrema. pobreza; pero tiernamente acogido y acariciado por sus padres María y José, alabado por los ángeles y adorado por los pastores. De vuelta a casa, Juan trae la memoria sus horas de soledad en el campo y las gratas y repetidas visitas de San Juan Evangelista a quien el Señor le había enviado, para llevarle a tierras lejanas donde le tenía destinado para realizar un plan que, por entonces, él no podía comprender. Esta hermosa experiencia de Dios, para Juan Macías no significaba ningún misterio, ya que en su sencillez de campesino, pensaba que su ocasional visitante era un niño de tantos.

Visita a San Juan Evangelista

El Padre Gonzalo García, O. P. director espiritual de fray Juan Macías, recogió de sus labios este precioso relato, en el ocaso de su vida: "Estando yo guardando un poco de ganadillo de mi amo, en una dehesa, llegó a mi un día un niño que me pareció sería de mi edad me saludó diciendo: Juan estés en buena hora. Yo le respondí con lo mismo, y prosiguió su plática diciendo: Yo soy San Juan Evangelista que vengo del cielo y me envía Dios para que te acompañe, porque miró tu humildad.

No lo dudes. Y yo le dije: pues, quién se san Juan Evangelista. Y me respondió: el discípulo amado del señor. Vengo de buena gana porque te tiene escogido para sí.

Téngote de llevar a unas muy remotas y lejanas a donde ta han de levantar templos. Cuando yo supe de mi amigo san Juan, la nueva de mis padres y la buena dicha le respondí: Hágase en mí la voluntad de Dios, que yo quiero lo que El quiere. Fuese san Juan y despidiese de mí...

Estas visitas evocan los encuentros personales del Señor con Abraham, Moises y la Virgen María. Encuentros que, a lo largo de la historia, se repiten y siempre se realizan mediante alguien que sale al paso del hombre. Ese alguien es el prójimo: el joven que cuestiona, el pobre que suplica el enfermo que sonríe con una visita, el hermano que nos ayuda a descubrir los caminos que conducen al Señor.

Hablaba con Dios y de Dios 

Por el mundo ancho y ajeno

Alentado Juan Macías por estas promesas y confiado en la palabra empeñada de su amigo, resolvió emigrar en primavera, por "el mundo ancho y ajeno", para hacer la voluntad de Dios.

Urgido por una voz interior que parecía recordarle la promesa: "Téngote de llevar a unas tierras muy remotas y lejanas" Juan apuraba el paso hacia el sur de Extremadura. En su primera jornada de caminante, cruzó el pueblo de Hinojosa del Valle, avanzó tres leguas más e hizo noche en Usagre, en casa de una familia pobre y acogedora.

Entre 1ó05 y 1ó29, Juan pasó trabajando en las faenas agrícolas de Extremadura, Sevilla y Jerez de la Frontera.

"Donde quiera que llegaba buscaba en que trabajar, para ganar de comer; y de aquel escaso salario que ganaba con su trabajo, gastando tasadamente lo que había menester, para el sustento de cada día, lo demás lo daba a los pobres, a quienes ya desde entonces, comenzaba a dar el título de hermanos.(P.J. Meléndez).

Pobre con los pobres

Diecinueve años habían transcurrido desde el día que Juan Macías emigró de su pueblo natal.

Extremadura y Sevilla le han contemplado deambulando por sus calles y le han visto trabajar en sus campos, para ganarse el salario de los pobres. Una vez más, Juan Macías experimenta que, el problema social de la pobreza es el mismo en todas partes. "Esta tierra es rica para los ricos y pobre para los pobres". el pobre debe sufrir la soledad, la marginación social, los malos tratos , la explotación y la inestabilidad laboral.

A pesar de todo, Juan Macías jamás perdió la serenidad y el buen humor. Su secreto era la oración. Agarrado fuertemente a las cuentas del Rosario oraba todos los días. Con Dios iba y volvía de su trabajo. Hablaba con El en su corazón y le buscaba entre los pobres a quienes ayudaba, alentaba y evangelizaba con las verdades aprendidas en la contemplación de los misterios del Santo Rosario.
Como Abraham, confiaba en las palabras de su amigo San Juan Evangelista y, con calma aguardaba que cumpliera su promesa de llevarlo a "tierras muy lejanas", donde Dios le tenía preparada una misión.

En busca de mejores condiciones de trabajo

En sus largos años de pastor y jornalero, Juan Macias había tomado contacto y hecho buena, migas con muchos campesinos que habían salido de su tierra, en busca del mejores condiciones de trabajo porque "las condiciones de vida del campesinado empeoraban notablemente".

Juan estaba perfectamente de acuerdo con los justos anhelos de clase trabajadora; pero, la razón principal que le había urgido emigrar de su pueblo, era seguir fidelidad el llamado de Dios, aunque ignoraba cómo, cuándo y dónde le quería para realizar sus planes.

Durante su estancia en Sevilla, conoció los principales centros comerciales, administrativos y financieros que, de una u otra manera, se comunicaban con el Nuevo Mundo. Por ejemplo, conocío la Casa de Contratación de jornaleros, comerciantes, notarios, escribanos y cerrajeros. Probablemente buscó allí alguien que lo contratara, aunque sea de grumete y, por falta de experiencia en estos oficios se quedó en tierra.

Confusión

¡Qué aventuras no le ocurrieron en Sevilla, al sencillo Juan Macías! Para él todo era grande, bello, extraordinario. Cierto día, confundido por la magnitud de un edificio, y la belleza de su portada, ingenuamente se metió en él a orar, pensando que entraba a un Templo. Grande fue su sorpresa, cuando, salieron a su encuentro las "malas hembras" de una casa de cita. El incauto campesino no habría escapado de aquel lugar, sin rendirle culto a la diosa del amor, de no haberle salido al paso su viejo amigo San Juan Evangelista, quien "Poniéndose visiblemente a su lado, le cogió del brazo y le sacó hasta la calle, enseñándole el camino por donde había de ir, con cautela y más cuidado" (J. Meléndez)

Verdaderamente, Dios cuidaba de las entradas y salidas de su siervo Juan Macias.

No está de Dios que yo lo sea aquí 

En camino

Urgido por una voz interior, el campesino andariego emigró de Sevilla llevando en su alma una suficiente y sólida cultura religiosa, aprendida de oídos en la Iglesia de los Dominicos. Emprendió el camino que conducía a Jerez de la Frontera, donde, a su entender, le aguardaba la tierra prometida por su amigo San Juan Evangelista.

En la ciudad de su nueva residencia, enseguida se puso a trabajar en su viejo oficio de pastor, bajo las órdenes de un rico ganadero andaluz. Los domingos y fiestas de guardar, desde su llegada a Jerez de la Frontera, empezó a frecuentar el templo de Santo Domingo, hasta hacerlo "el lugar preferido para sus encuentros con Dios".

Escuchemos el relato que él mismo hace de este delicioso pasaje de su vida:

"Entrando en un Convento de Predicadores de Jerez de la Frontera a oir misa, que serían las diez del día, habiéndole oído, me llevó San Juan a donde él quizo; llevóme como otras veces a ver a Dios, donde suceden otras cosas que no se pueden decir ni declarar, porque el espíritu ve la gloria de Dios; volví en mi y quede pesaroso de haber perdido 1o que dejé. Dos veces me sucedió esto, en aquella Iglesia de Predicadores de Jerez de la Frontera, y le tenia terror y miedo de ir a ella, por la gente que me miraba, en particular los frailes de Santo Domingo de aquel convento que me pedían que fuera fraile y no estaba de Dios que yo allí lo fuera".

Aún no es hora...

Pasados algunos años, Juan Macías nuevamente se siente incómodo en Jerez de la Frontera y piensa que aquel no es el lugar donde Dios lo quiere. En su trabajo, en su oración y en sus obras de caridad va dejando la huella luminosa de su virtud que no puede ocultar.

Jamás consideró la pobreza y el trabajo como un castigo, sino como un camino recorrido con gozo por el Hijo de Dios, para redimir al hombre de la esclavitud del pecado, y por ese camino de renuncias y privaciones él también quiso andar.

¿Por qué no darse y gastarse en el servicio de los demás, como Jesús?

Los Dominicos de Jerez de la Frontera que conocían su gozosa austeridad y desprendimiento, le juzgaron apto para la vida religiosa y, ni tardos ni perezosos, le invitaron a ser fraile dominico. Pero, Juan siempre respondía con aire modesto y jovial: "No está de Dios que yo lo sea aquí".


El gran salto

Las oportunidades son únicas y no hay que dejarlas pasar. A Juan Macías se le presentó una y la supo aprovechar. En Jerez de la Frontera hizo amistad con un marinero y rico negociante, por añadidura. Inmediatamente se puso a sus órdenes en calidad de criado y juntos regresaron a Sevilla. Arreglados los papeles de ley, en la Casa de Contratación, se dirigieron al puerto de San Lucar de Barrameda y, sin pérdida de tiempo, Juan se puso a transbordar la mercadería del negociante en uno de los cuatro galeones que luego zarparían al Nuevo Mundo.
Oigamos la versión del propio Juan Macías: "Determiné venirme de Jerez a Sevilla, con un mercader que venía a las Indias, y concertarme con él para venirle sirviendo a ellas; y así me recibió en su compañía." Esto ocurría entre los meses de agosto y setiembre de 1619.
De esta forma, Juan Macías dejaba su patria y su familia para emigrar al Nuevo Mundo y realizar la misión que el Señor le tenia reservada.

Los remeros

Llegados el día y la hora de la partida, los barcos zarparon del puerto de San Lucar, con viento favorable. Juan observaba desde la cubierta la inmensidad del océano y de rato en rato, asomaba a las escotillas de la nave, a través de las cuales se escapaba el eco del canto lúgubre y ronco de los remeros que, allá, en el fondo de las galeras, penosamente remaban. A Juan no le estaba permitido descender hasta aquel lugar. Los vió y sintió compasión por ellos. En sus ratos de encuentro con el Señor, oraba por aquellos hombres.

Durante la travesía por el ancho mar, escuchó también, pacientemente, sus pendencias y groserías.

Pero, nada le inmutaba. Los compadecía, y, en su persona y modos de actuar, descubría con ojo certero, el triste porvenir que les esperaba a los niños huérfanos y abandonados a quienes la sociedad margina y priva de sus derechos inalienables: al alimento, a la educación, al trabajo y a una vida digna de los hijos de Dios; y a quienes, con sus sistemas de vida, alienta a la violencia y al crimen.

Juan Macías un hombre resuelto y trabajador 

Sin trabajo

Después de cuarenta días de navegación, desembarcaron en Cartagena de Colombia donde habitualmente los comerciantes permanecían dos meses, ofreciendo sus mercancías y recogiendo el oro y plata que luego habrían de transportar a España.

El mercader que había contratado y traído a Juan Macías, no tardó caer en la cuenta que su servidor, aunque bueno y fiel, ignoraba el ABC de los negocios. No sabía leer ni escribir.

Juan, le dijo, admiro tu bondad y honradez; pero siento decirte que debes buscarte otro amo, porque lo que necesito es un buen empleado que registre las entradas y salidas de mis negocios. 

Y sin decir una palabra más, le pagó su salario, por los servicios prestados, y le despidió del trabajo.

Aquel día, Juan Macías se echó a andar por las calles de Cartagena. Entró a orar en la iglesia de los Dominicos y, de rodillas ante la imagen de la Virgen María, rezó su rosario. Acababa de sufrir en carne propia, la dura experiencia a que están expuestos los peones, obreros y empleados del mundo, a ser des pedidos de su trabajo por cualquier motivo. Sólo la satisfacción de encontrarse en "lejanas tierras", compensaba la pena de verse despedido de su trabajo.

Testigo de la venta de esclavos

De repente, se anuncia la llegada de un galeón procedente del Africa. Los estibadores se arremolinan alrededor del puente por donde habrán de desembarcar los pasajeros. Se abren las escotillas y comienza el desembarco. Juan se frota los ojos y se resiste creer lo que está mirando. No son cosas. No son animales. Son hombres y mujeres adolescentes negros, traído s del Africa.

Juan Macías pasó aquella noche en un alojamiento. Al día siguiente, muy temprano, se dirigió al puerto para buscar trabajo entre los estibadores. En los siempre hay algo que transportar de la gente que llega o de la gente que sale.

De repente, se anuncia la llegada para ser vendidos como esclavos. Todos van encadenados, abatidos por la tristeza de verse desarraiga dos de su patria y condenados de por vida, a la más negra esclavitud.

Juan Macías lleno de santa cólera y rojo de vergüenza se fue en pos de la caravana y vio de cerca cómo los negreros, en la plaza del mercado, ponían precio y negociaban a aquella pobre gente, como si se tratara de cosas o de animales..

Este hecho marcó de tal manera la vida de Juan Macias que, a partir de entonces, su compasión no tuvo límites para atender a los esclavos y a los indígenas que eran tratados de idéntica o peor manera.

De Cartagena a Lima

En febrero de 1ó20, Juan Macías retomó el camino de Cartagena a Lima. Oigamos el relato que él mismo hace de las incidencias de su viaje y de los lugares por donde pasó hasta llegar a Lima.

"Aquella era la voluntad de Dios: que no fuese a Protobelo ni a Panamá, como me dijo mi amigo San Juan Evangelista, sino que fuese al Perú por tierra, y así partí de Cartagena a Barranquilla; luego hallé una canoa y fui a Tenerife por el río Magdalena; pasé luego a Mompos y de allí a Ocaña, Pamplona, Tunja, Santa Fe de Bogotá y, por el Valle de Neiva con flotilla, por temor a los indios que estaban en guerra, vinimos a Timaná y de allí a Tocaima y a Almoguer; luego a la ciudad de Pasto y al fin a Quito. De Quito, a pie y a mula, llegué a esta ciudad de Lima; de suerte que novecientas leguas que hay de esta ciudad de Lima a Cartagena, vinimos en cuatro meses y medio".

Peregrino trabajador

Juan Macías era un hombre resuelto y trabajador. Muy probable que a su paso por Colombia, Ecuador y costa norte del Perú trabaja se en las chacras, para ganarse el sustento diario y ahorrar algunos dineros para sus necesidades, en el camino que aún le quedaba por recorrer.

Le animaba la esperanza gozosa que Dios era quien le guiaba y empujaba a Lima, la tierra prometida, que él desconocía, pero que algún día la vería. En las ciudades y poblados a donde llegaba buscaba el templo para descansar de sus fatigas, rezar el santo Rosario y comulgar, porque en Jesús Eucaristía encontraba fuerzas, apoyo, seguridad, alegría y paz.

Maravilloso ejemplo para el hombre que busca hacer siempre la voluntad de Dios, no importa que para realizarla, tenga que cruzar los mares y caminar miles de kilómetros.

El Rosario el mejor compendio del Evangelio 

Y llegó a Lima

Un día canicular del mes de febrero de 1620, llegó a Lima, agotado, de cansancio y sudoroso, Juan Macías, el emigrante andariego. Para quienes lo veían por vez primera, con su mochila a la espalda y su cayado en la mano, era un viajero mas o un aventurero como tantos otros que llegaba a probar fortuna. Nadie imaginaba que bajo las apariencias humildes de aquel hombre, con traza de campesino, se escondía un peregrino de Dios, un santo que llegaba empujado por el Espíritu de Dios.

Con el corazón que le brincaba de alegría, preguntando a la vecindad, se encaminó directamente al convento del Santísimo Rosario de los Dominicos, del cual había tenido referencias en Jerez de la Frontera.

Su primer encuentro en Lima, fue con el portero del Convento, Fray Martín de Porras, quien al verlo entrar maltrecho y cansado, le sirvió alimento y después de un rato de descanso, le llevó, a la posada de San Lázaro, en la otra banda del río Rímac, comprometiéndose buscarle trabajo en una hacienda vecina a la ciudad. De esta manera Martín de Porras y Juan Macías, echaban las bases de una sólida y fraterna amistad que Dios se encargaría de bendecir con frutos de santidad.

Esperaba Orando

Pedro Jiménez Menacho, por sobrenombre "el Rastrero", se llamaba el terrateniente y rico ganadero que tomó como empleado a Juan Macías. Convenido el jornal y condiciones de trabajo como pastor, Juan Macías se proveyó de un. poncho para el invierno, tomó su callado de pastor y se echó al hombro las alforjas, donde llevaba metido el fiambre para el día, el mate para el agua y un pequeño cuerno de cabra donde guardaba su rosario.

Mientras el ganado buscaba su alimento en los rastrojos o descansaba a la sombra de algún chilcal, Juan Macías iba pasando y repasando entre sus dedos las cuenta del rosario. El Rosario era para Juan el mejor compendio del Evangelio. En cada pasaje de 1a vida de Cristo Jesús iba descubriendo las manifestaciones visibles de la misericordia de Dios al hombre.

De tarde en tarde, veía llegar a su amigo fray Martín de Porras que siempre andaba por las orillas del Rímac y haciendas vecinas a la ciudad, curando enfermos y socorriendo a los necesitados que vivían pobremente en sus ranchos de caña.

La llegada de Martín a la choza de Juan, (hoy Convento del Patrocinio, en la Alameda de los Descalzos), le enfervorizaba, y su dedicación a la causa de los pobres y marginados le entusiasmaba. Verdaderamente, empezaba a despertar en su corazón la vocación de servicio al Señor y de entrega al prójimo, desde la vida consagrada.

Y llegó la luz

Cierto día, cuando menos lo pensaba, se manifiesta su venerable y conocido protector, San Juan Evangelista, y le confirma en su vocación religiosa. "Tu puesto no es el de pastor, le dijo. Vete al Convento de la Magdalena, de la Orden de Predicadores, y pide el hábito de hermano".

Dos años y medio llevaba trabajando en la hacienda de Pedro Jiménez Menacho. En este lapso el patrón ha visto y apreciado el trabajo de su servidor y, en mérito a ello, le ha duplicado el salario.
No obstante su buena posición económica, cuando Juan conoció, por boca de su amigo, 1o que Dios quería de él, no lo pensó dos veces. Inmediatamente presentó su renuncia al trabajo y solicitó la cancelación de sus jornales teniendo en cuenta sus años de servicio. Oigamos al mismo Juan que nos cuente su decisión:"Hermano Jimenez, le dijo, la voluntad de Dios es que yo vaya a servirle a1 Convento de la Recoleta de la penitente Magdalena de Predicadores. Dos años ha, y más, que le sirvo a su merced con fidelidad y verdad.

Mire el libro en qué, mes entre (y acuérdome que no hicimos documento ni papel); haga la cuenta de la cantidad que me debe entregue de ella a las muchachas buenas y necesitadas hasta doscientos pesos. Lo demás envíelo al portero del convento de la Recoleta, fray Pablo de la Caridad, para el convento".

Juan Macías se hace Dominico 

Llama a las puertas del convento

Fray Martín de Porras, en sus visitas frecuentes a fray Juan Macías, iba descubriendo la acción de Dios en el corazón de su amigo y, según se lo daba a entender, lo orientaba en su vida. Más aún, lo puso en contacto con su hermano de hábito fray Pablo de la Caridad, portero del- Convento de la Recoleta.

En sus frecuentes diálogos con fray Pablo de la Caridad, Juan Macías fue conociendo en profundidad a lo que se compromete el religioso por la profesión religiosa, a saber: el fiel seguimiento de Cristo Jesús, pobre, casto y obediente.

"No eres hombre de letras, le dijo fray Pablo, ni tienes edad para empezar estudios. Lo mejor que puedes hacer es pedir ser admitido en la Orden para hermano de obediencia, para cooperar con los sacerdotes en su misión apostólica.

Juan Macías decidió ingresar a la Orden de Predicadores, no por miedo a las luchas de la vida; pues, harto había demostrado ser hom bre tenaz y de coraje. Tampoco lo hizo porque, tal vez, se sintiera frustrado. Nada de eso. En sus trabajos siempre, le fue bien, a no ser aquella vez que se metió como ayudante de cajero en el barco, sin estar preparado para ese oficio.
Se hizo religioso porque, a través de los diversos acontecimientos de su vida y de un largo camino de pruebas, el Señor le dio a conocer que le quería para su servicio. Porque veía, con mucho gusto, que podía cooperar con los sacerdotes dominicos en su misión apostólica y en la promoción humana de los pobres. De este modo, veía claramente realizada 1a promesa, tantas veces repetida por san Juan Evangelista: "El Señor te tiene escogido para Sí. Tengo el encargo de llevarte a unas tierras desconocidas y lejanas".

Juan Macías, Dominico

Movido por el ideal de la vida Evangélica, Juan Macías pidió ser admitido en la Orden para hermano Cooperador, en el Convento de la Recoleta de Santa María Magdalena Penitente, y la comunidad le acogió fraternalmente.

El cambio de la apacible soledad de los campos y del andar detrás de las ovejas, por el silencio de los claustros, con sus formas de vida y de oración, ajenas a su mentalidad, le impactaron fuertemente. La estricta observancia de las normas de la vida consagrada, la oración litúrgica celebrada en diversas horas del día, e1 canto de los maitines a media noche, el severo ambiente de recogimiento y estudio, la llegada y salida de los misioneros que evangelizaban en diferentes regiones del continente, todo esto y mucho más, le resultaba impactante y novedoso.
Cada día que pasaba le traía nuevas experiencias que le entusiasmaban.

Asombrado, se confirmaba que, efectivamente, esa era "la tierra prometida" por su amigo Juan Evangelista.

'El 23 de Enero de 1ó22, después; del rezo de los maitines, la luz de los hachones, que colgaban de los muros del coro, el postulante Juan Macías se postró a los pies del Prior, Fray Salvador Ramírez, implorando la misericordia de Dios y de la Orden. Después de una breve reflexión, sobre la finalidad del noviciado y las obligaciones que contrae el novicio, el Prior concluyó: "Dios que ha comenzado su obra el mismo la termine". Luego procedió a la vestición solemne del hábito blanco y negro de los Frailes Predicadores a los acordes de la invocación "Ven Espíritu Santo" que cantaban de rodillas la comunidad.

Terminado el rito de la vestición el Prior le abrazó fraternalmente y a continuación, toda la comunidad. Fray Juan Macías apenas podía contener el llanto de emoción. Jamás había experimentado tanto afecto de hombres desconocidos que le llamaban "Hermano". Desde este momento, comenzó su noviciado, respondiendo a1 llamado y elección del Señor.

Combate interior

Fray Juan Macías se recoge a su habitación y agradece al Señor por tantas muestras de bondad. No se cansa de admirar y alabar a Dios por su inescrutable manera de conducir a los hombres a la realización de sus planes. Al mismo tiempo que reconoce su pequeñez ante el Señor, implorando su protección, siente también el asalto de la incertidumbre y desconcierto.

En el silencio de la noche, le parece escucharla carcajada burlona de alguien que le acusa: "Tú, Juan Macías, eres vanidoso y soberbio; entras en la vida religiosa solo por alcanzar notoriedad, pues, en la calle no lo lograste... te engañas a ti mismo; haces farsa de bondad ante los demás, pero solo te mueve el orgullo del fracasado". Otras veces, escuchaba: "Eres ignorante. Preferiste la comodidad del convento a tu humilde choza de pastor. Fracasarás" Fray Juan Macías había entrado en un período de purificación interior. Los estímulos de "la concupiscencia de la carne, de la concupiscencia de los ojos y de la soberbia de la vida", de las cuales habla San Juan (1 Jn. 2, 16), no le dejarán en paz, hasta que, con la gracia de Dios, haya logrado matar en si mismo el ídolo del amor propio, que siempre antepone su "yo" a la moción del Espíritu que actúa misteriosamente en el hombre humilde. Estas tentaciones fortificaron el espíritu de fe en fray Juan, y aumentaron su solicitud por los pobres, por cuyo amor había re-nunciado a su oficio de pastor.

Portero de la recoleta

En su período de su formación religiosa, fue designado para atender la portería conventual. Su maestro, en este delicado oficio, fue fray Pablo de la Caridad.

Su primer contacto con aquel río de gente que circulaba por la portería de la Recoleta, en los pri meros días del ejercicio de su cargo, fue algo desconcertante y apabullador. Le parecía que todo el mundo se volcaba a la portería, en busca de solución a sus problemas.

Unos pedían limosna para su pan; a otros les urgía hablar con el Prior o con el padre fulano; éste pedía que le llamaran un confesor; aquel que le abran la puerta para entrar las cosas para la comunidad; los enfermos pedían remedios; los jóvenes querían hablar con sus profesores, y no faltaba quien preguntara: ¿Con quién se puede hablar o qué requisitos se necesitan para ser religioso, y cosas por el estilo? Fray Juan Macías, no pierde la calma.

Hermanos, les dice: Bienvenidos todos a la casa del Señor. Pero, por favor, hagamos las cosas en orden; a todos los voy a atender.

Y escuchaba con serenidad las variadas demandas, conforme iban llegando. Todos se sentían atendidos a gusto y se retiraban satisfechos de haber encontrado luz, comprensión, una voz amiga, alguien que sabía escuchar paciente y caritativamente.

En el ocaso de su vida Fray Juan Macías resumía, en una fórmula muy sencilla y sabia, la misión del portero, "El Portero de un convento es el espejo de la comunidad. Conforme es el portero, son los religiosos que moran en ella".

En cada pobre descubre el rostro sufriente de Cristo 

Al servicio de los pobres

La amistad que unió a Fray Juan Macías, fray Martín de Porras y fray Pablo de la Caridad, ha dejado una huella profunda y luminosa en la vida cristiana de Lima.

Estos tres religiosos dominicos, sin letras ni números en la cabeza, armaron una estrategia admirable, para satisfacer el hambre de los pobres, curar sus dolencias y defenderlos de la explotación imperante.

De acuerdo a los modos de pensar y practicar la caridad en la época, crearon verdaderos centros de asistencia social (aunque ellos nunca lo llamaron así), donde los niños huérfanos, las muchachas abandonadas, los indígenas marginados, los esclavos enfermos y hasta los sacerdotes sin beneficio, encontraban alimento, abrigo y asistencia médica.

En su encuentro personal con el Señor en la oración, aprendieron a gustar y practicar las enseñanzas evangélicas. En cada pobre descubrían el rostro sufriente de Cristo, conscientes de que todo lo que se hace a ellos, se hace al Señor: "Cuanto hagan al más pequeño de mis hermanos, a mí me lo hacen.Y cuanto dejen de hacer al más pequeño de mis hermanos, a mí me lo dejan de hacer". (Mt. 25, 40 y 45).

Ingenios de la caridad

Alimentar, vestir y cuidar a muchas personas, un día y otro día, un año y otro año, supone una buena fuente de recursos económicos. Fray Juan Macías recibía diariamente de su convento y de sus amigos, una ayuda razonable; pero, no siempre lo suficiente para satisfacer las necesidades apremiantes de los numerosos pobres que acudían a él.

La caridad de Fray Juan Macias se hacía entonces más ingeniosa que nunca. Recurría a los ricos; porque estaba persuadido que muchos de ellos, disfrutaban de las riquezas mal adquiridas, con el sudor, las lágrimas, la sangre y vida de los mineros y campesinos repartidos a los colonizadores, por el odioso sistema de las mitas y encomiendas. Fray Juan Macías recordaba las palabras de San Juan Crisóstomo, tantas veces predicadas por los celosos defensores de los Indios: "Al principio Dios no hizo a uno rico y a otro pobre, ni mostró a éste grandes tesoros y a aquel le privó de este hallazgo. Dios puso delante de todos, la misma tierra.

¿Cómo, pues, siendo común, tú posees yugadas infinitas, y el otro, ni un terrón?"

Convencido de esta cruda realidad, fray Juan Macías salía por las calles de la ciudad todos los días; llamaba a las puertas de los ricos y pasaba por tiendas, farmacias y bodegas, pidiendo comestibles, ropas y medicinas para los pobres.

El burrito de San Juan

Fray Juan Macías tenía muchas obligaciones que cumplir en el convento y no siempre le era posible salir por las calles a solicitar ayuda para los pobres. Ordinariamente no le faltaban colaboradores, especialmente entre los jóvenes que frecuentaban la portería del convento. A ellos les encargaba determinados servicios de socorro a las personas que no podían acudir al convento. Pero, la tarea de ir por las calles arreando su burrito, para recoger la limosna, se la reservó para sí. Y es que fray Juan Macías no pedía solamente cosas, él también daba lo que tenía: catequizaba a quien le brindaba ayuda o se la negaba.

Cuando por causas de fuerza mayor no podrá salir a su acostumbrado peregrinaje, aparejaba su
burrito y, como si estuviera impartiendo órdenes a una persona, le decía a la oreja: "¡Arre, burrito. Primero a la casa de Pedro Jiménez, el carnicero; luego, a la de Andrés Orellana,el panadero; después a la de éste y al de más allá. Si no se llenaran los aparejos, pasas por el mercado. ¡Arre! ¡Arre, burrito!"

El burrito de fray Juan enfilaba a los lugares indicados, deteniéndose en ellos. Cuando alguien se hacía el remolón o le cerraba las puertas, empezaba a hociquear y rebuznar hasta que le atendieran. En mala hora si en el camino, algún mataperro intentaba robarle lo que llevaba; le despedía a mordiscos y a coces. Así, entre aventuras, el burrito de fray Juan Macías llegaba al convento con la misión cumplida.

Ciertamente los santos son hombres nuevos, en quienes Dios cumple su palabra: "Manden a los peces del mar, a las aves del cielo y a cuanto animal viva en la tierra." (Génesis 1,28).

Oportunismo cristiano

El olfato espiritual de fray Juan Macías, fue algo extraordinario. Sin ser psicólogo, le bastaba mirar a las personas para descubrir en ellas lo que había de verdad y lo que había de mentira. Una mujer que a causa de su pobreza, se veía obligada a comerciar con su cuerpo, llegó a fray Juan pidiéndole ayuda económica.

Hermana, le dijo, después de reflexionarla seriamente, por ahora, no te doy ni te niego lo que pides, mientras tú no cambies de vida. La mujer aceptó la condición impuesta por fray Juan, y, desde aquel día, comenzó a recibir la ayuda suficiente para vivir dignamente. Pero, como la cabra siempre tira al monte, no tardó en volver a sus viejas andanzas. Al día siguiente, cuando fray Juan Macías la vio acercarse, fijando en ella la mirada, le mandó retirarse diciendo: "no es digna de recibir ayuda económica la persona que ofende a Dios".

Al ver descubierto su pecado, la mujer cayó avergonzada a los pies de fray Juan y, anegada en un mar de lágrimas, le prometió cambiar de conducta. La caridad de fray Juan Macías, no se limitaba a dar dinero o cosas, exigía antes de todo, la conversión, la renuncia a la vida de pecado.

Juan no entraba en componendas con el pecado. Denunciaba a gritos la corrupción e inmoralidad.
Era radical en el cuidado de los intereses de Dios. Socorría materialmente a quien lo necesitaba; pero, principalmente, trabajaba apostólicamente para liberar al hombre y a todo el hombre de la esclavitud del pecado.

Recompensa de servicio

Fray Juan Macías en su modesta condición de hermano portero, percibía que Dios le amaba. Además era consciente que Dios, secretamente hacía maravillas por su mano y por su palabra, como la curación inadvertida de su amigo Alonso Macerno.

Este buen hombre sufría de ciática y de retención de la orina. Como pudo salió de su casa y se encaminó a la Recoleta, pensando encontrar alivio, en su amigo fray Juan Macías.
Alonso llegó en un momento inoportuno, cuando fray Juan estaba en los afanes de repartir el alimento a los pobres. Alonso no se atrevió a interrumpirlo y, pensando que fray Juan no le había visto entrar, se arrimó al muro de la antesala de la portería, aguardando que fray Juan terminara su trabajo.

Levantando la vista fray Juan, y al ver a su amigo entumido y cabizbajo, le alerta diciendo: "Hermano Alonso, qué haces ahí parado? Trabaja algo. Acércate y alcánzame los platos, y, así, terminaremos más pronto".

Alonso, haciendo esfuerzos por mantenerse en pie, le alarga el primer plato, luego el segundo, el tercero y así, sucesivamente. Y, sin decir ni hacer otra cosa, Alonso Macerno se siente curado. La alegría inunda su ser y, sin decirpalabra, besa las manos de su bienhechor,y juntos se van al templo a dar gracias a Dios. Luego fray Juan le despide diciendo "Animo, hermano, Tu fe te ha curado".

El doctor en apuros

Desde la portería, de la Recoleta, fray Juan Macías vivía en comunión, con los necesitados. No le importaba que estos fueran africanos, españoles, indios o mestizos. Le bastaba saber que eran necesitados para tenderles la mano. Percibía a la distancia los pesares y apuros de sus amigos y, muchas veces, antes que ellos le informarán él iba a su encuentro.

El doctor Baltazar Carrazco acostumbraba a donar semanalmente a fray Juan, ocho reales para los pobres. Con el tiempo, la familia del médico se multiplicó y, con la llegada de los hijos, crecieron también las necesidades del hogar.

Cierto día, discurriendo el doctor como podría replantear a fray Juan su situación, oyó que alguien llamaba la puerta. Era el mismo con quien deseaba hablar. "Querido doctor, se adelantó a decirle fray Juan, con singular afabilidad, veo que su familia ha crecido y cuanto gana le es necesario para su hogar.

Hasta que yo le avise, no me envíe la limosna acostumbrada. La caridad tiene eso de singular. Percibe las situaciones nuevas e imprevistas y es ingeniosa para socorrer a los hermanos.

El negrito travieso

Fray Juan Macías, muchas veces, había experimentado en su persona, el amor y providencia de Dios. También había experimentado su fidelidad. Por eso, recurría a El, cuando al parecer, todo estaba perdido, como en el caso del negrito travieso que cayó en el pozo del convento.

Antón se llamaba el negrito encomendado a fray Juan, para que le ayudara en el servicio de los pobres. Antón era un niño sumamente travieso. Se trepaba a los árboles, se deslizaba como una flecha por las escaleras conventuales, trepaba las tapias; el cuento era que nunca podía estar quieto. Cierto día que jugaba en el brocal de pozo, perdió el equilibrio y se fue al fondo. Algunos religioso que vieron el accidente, inmediatamente corrieron al pozo para ver 1o que podían hacer por Antón. Le llaman por su nombre, y nada.

La noticia llega a oídos de fray Juan Macías y, con serena confianza dice: "Antón no ha muerto. Está consagrado al servicio de los pobres y la Madre de Dios cuida de él". Acercándose al brocal del pozo, le llama: "Antón, Antón..." y, silencio.

Fray Juan no pierde la calma. Con aquella fe y confianza propia de los que creen en la palabra de Jesús que dijo: "Si tuvieras fe como un granito de arena, dirías a este cerro: arráncate de aquí y arrójate al mar, y el cerro te obedecería," (Mc. 11, 22 ), se fue a orar al templo. A poco rato, vuelve fray Juan y le llama: "Antón, hijo mío, estás vivo?".

Y desde el fondo del pozo sube el eco de la voz alegre y vibrante del muchacho. Y se hizo el milagro. Inmediatamente ponen escaleras e izan al negrito sano y salvo. Ya en tierra, el negrito travieso no se cansaba de repetir: "Gracias, Madre bendita. Gracia".

Así era fray Juan. Su experiencia personal de Dios, le daba la seguridad de alcanzar de la Bondad divina 1o que pidiera.

La viga madre que se estiró

En el Convento del Santísimo Rosario (Santo Domingo de Lima). Frente a la Sala Capitular se ve adosado al muro un grueso madero, unos siete metros de largo, con esta inscripción: "ESTA ES LA VIGA MADRE QUE HIZO CRECER MILAGROSAMENTE EL VENERABLE SIERVO DE DIOS FRAY JUAN MACIAS"

Este madero tiene su historia. El Convento de la Recoleta había hecho construir una sala y llegó el día de techarla. Ya se veía a los carpinteros trabajar afanosamente, tomando medidas por aquí y serruchando maderos por más allá. A la hora de colocar "la viga madre", los carpinteros se dieron con la sorpresa de haberla cortado más de la cuenta. Como es de suponer, al instante se armó el pleito a voces.

Verdaderamente, la fe obra maravillas. La disputa iba poniéndose al rojo vivo, cuando llegó fray Juan Macías; En seguida le informan del asunto y, con su acostumbrada afabilidad, les dice: Por amor a Dios, hermanos, no riñan. No se mortifiquen con palabras duras ¡Vamos! Levanten, y coloquen el madero en su sitio. Efectivamente, le faltaba un pedazo. El maestro carpintero reacciona nuevamente, voceando: "este madero ya no sirve".

"Por favor, hermano, le exhorta fray Juan, dónde está tu confianza en el Señor? Acaso no dijo Jesús: "Si tuvieran un poquito de fe, le dirían a este cerro, levántate de allí y tírate al mar, y el cerro les obedecería? (Mc 11,22).

Después de un rato de oración, con todos los presentes, les manda nuevamente: "Vamos, otra vez. Levanten el madero y colóquenlo en su sitio." Y se hizo el milagro. Todos quedaron perplejos al comprobar que el madero tenía la medida exacta.

Juan Macías instrumento de Dios 

Jaque mate a Bustamante

Fray Juan Macias, se consideraba deudor de los pobres oprimidos, marginados, humillados y de los hombres sin voz para defenderse. Quería que los demás, sobre todo, los ricos, se sintieran también solidarios con los cristos sufrientes de la tierra, y cuando veía o experimentaba el desprecio de los poderosos a la causa de los pobres, enseguida ponía en jaque mate a sus negocios, como el caso ocurrido al comerciante Bustamante.

Cierto día llegó fray Juan Macías a la tienda de Bustamante, para pedirle de limosna un retazo de tela para vestir a un desdichado. El comerciante, no se sabe si por, avaro o por anticlerical, en vez de tela, le hartó de groserías y le despidió de mal modo. Desde aquel momento como si una mano misteriosa hubiera puesto una tranca en la puerta de 1a tienda de Bustamante, nadie entraba a comprar. Pasó un día, una semana y nada. Bustamante estaba inquieto. El negocio se le iba a la quiebra. Conversando del asunto con un amigo cae en la cuenta de la posible causa de su ruina: haber negado a fray Juan Macías la tela que pedía de limosna.

Sin más pérdida de tiempo, coge una pieza de tela bajo el brazo y se dirige de prisa a la portería de la Recoleta. Fray Juan, le dice avergonzado, acepte esta pequeña ofrenda para sus pobres, y perdone mi mal comportamiento. Dios te lo pague, hermano, le responde fray Juan. Vuelve rápido a tu tienda que los clientes te esperan. Efectivamente, fue el mejor día para el comerciante. Lo que se da a los pobres, con gusto y buen humor, Dios lo recompensa a manos llenas. 

Curación de una niña accidentada 

Los santos tienen la conciencia clara de estar en el mundo para colaborar en la realización de los planes del Creador. Por eso, procuran hacer todo conforme al querer divino. Si encuentran díficultades que sobrepasan a su capacidad, recurren a la oración, con la plena confianza de alcanzar lo que piden; por que saben que "para Dios nada es imposible". 

Fray Juan Macías fue uno de ellos, como lo demuestra la curación de una niña gravemente accidentada. Por la Calle de la Amargura (Jr. Camaná), corren dos caballos desbocados arrastrando una caleza. De repente, una niña sale corriendo de su casa y los caballos la atropellan. Es la hija de Juan Delsil y Juana Entibuós. La pequeña agoniza, con el cuerpo horriblemente destrozado. Es un caso perdido. No hay nada que hacer. En medio del bullicio y desconcierto, alguien sugiere: Llevémosla a fray Juan Macías. Y, todos a una, se dirigen a 1a portería de la Recoleta. Fray Juan, al ver la aflicción de los padres de aquella niña, invita a todos los presentes a orar de rodillas al Padre, Dueño y Señor de la Vida. Después de orar en profundo recogimiento, fray Juan se pone de pie; invoca al nombre de Nuestro Señor Jesucristo y haciendo la señal de la cruz sobre la criatura agonizante, la toma en sus brazos y se la entrega viva a sus padres, como si acabara de despertar de un largo sueño.

El Señor es fiel a sus amigos. El ha dicho: "Pedid y recibiréis".

No exceptuaba a nadie.

Fray Juan Macías cristalizó en su vida el ideal de toda evangelización: "Proclamar la Buena Nueva y contribuir a que esta Palabra tenga la efectividad histórica y social que le es propia, dentro de la acción transformadora del mundo" (Doc. Evangelización 1973).

El testimonio de la vida de fray Juan Macías, preferentemente consagrada a los hombres que sufren, no fue óbice para dedicarle también el tiempo necesario a los demás, especialmente a los pecadores.

Puesto que Dios hizo a todos los hombres a su imagen y semejanza y, en su infinita bondad, no quiere que nadie se pierda. Los días domingos y fiestas religiosas mandaba llamar a la portería del convento a las personas que sabía llevaban una vida desordenada y escandalosa. En pacientes y caritativas conversaciones, les corregía de su mala conducta y los estimulaba a la conversión.

De esta manera, fray Juan Macías fue instrumento para que se cumpliera lo que quería Jesús: "Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva".

Fray Juan catequista

Fray Juan Macías llegó a constatar, en contacto diario con las gentes, que, a pesar, de los esfuerzos las pastorales de los sacerdotes, predicadores, y doctrineros, muchos hombres vivían aún alejados o de espaldas a Dios. El clamor de los explotados y oprimidos, particularmente de los negros e indios, pedía clemencia al cielo, a causa de su miseria, sufrimientos, desconocimiento de sus derechos y atropello a su dignidad.

A partir de este presupuesto, fray Juan se preocupaba no solo de llenar los estómagos vacíos, sino de impartir también enseñanza religiosa a cuantos llegaban a él.

A pesar de no haber pisado las aulas escolares, conocía muy bien las enseñanzas del Evangelio,a fuerza de escuchar a los sacerdotes en el templo. Las vivía con fidelidad y era capaz de comunicarlas a otros en un lenguaje directo y sencillo. Antes de repartir los alimentos a los pobres o de socorrerlos con otras cosas, los instruía en la doctrina cristiana, oraba con ellos y les inculcaba el amor a Jesús Eucaristía, que por amor a los hombres quiso quedarse para alimento de las almas. Los animaba a aprovecharse de la gracia de los sacramentos, y los invitaba escuchar la Palabra de Dios, en las celebraciones litúrgicas.

Orar por los muertos es cosa buena y santa 

El ladrón del purgatorio

Fray Juan Macías es el prototipo de los devotos del Rosario. Desde su infancia, bebiendo la leche materna, aprendió a gustar de esta devoción Evangélica. En su largo peregrinar por el mundo, conservó el rosario que le dejara como herencia su madre. Gustaba de rezarlo en forma permanente, implorando la misericordia del Señor por las almas del purgatorio. Por eso la iconografía religiosa lo representa librando a las almas del purgatorio con el rosario, y sus biógrafos acertadamente le han llamado "el ladrón del purgatorio".

A la hora de su muerte le reveló al prior del convento: "Por la misericordia de Dios, con el rezo del santo Rosario, he sacado del purgatorio un millón cuatrocientas mil almas. Cuando oraba en el templo, con frecuencia oía el rumor suplicante de personas que le hablaban y no alcanzaba a ver; esta pero percibía claramente sus voces. Fray Juan hasta cuando estaremos privada de ver a Dios? Ayúdanos. ¿Quiénes son Uds.? preguntaba Fray Juan, Somos las almas del purgatorio les respondían. Acuérdate de nosotras. Socórrenos con tus oraciones, para que salgamos de esta terrible soledad.

En atención a estas frecuentes visitas y súplicas, fray Juan rezaba incansablemente el santo Rosario.Visitaba con frecuencia a Jesús Sacramentado; participaba en la santa misa y hacía muchas obras de caridad, con esta intención."Orar por los muertos es cosa buena y santa". (2 Mc.12, 45) Porque, dice el Señor: "nada manchado entrará en el reino de los cielos". En la vida del hombre, hay muchas imperfecciones, negli gencias e indiferencias que purificar. Mucho egoísmo, codicia y orgullo que limpiar, antes de con templar a Dios cara a cara.

Un dominico al Servicio de la caridad

Fray Juan Macías fue un religioso seriamente comprometió con el acontecer histórico del Perú del siglo diecisiete, ya como pastor de ovejas, ya como religioso dominico. Fomentó la solidaridad y fraternidad, entre la gente que le rodeaba. Se ingenió soluciones reales para aliviar la miseria y la ignorancia religiosa, y condujo a muchos a un sincero cambio de vida.

Como religioso dominico realizó su vocación, poniendo al servicio de los que sufren lo mejor de sí mismo. Le preocupaba los hombres que, por ir en busca del oro y de la plata, se alejaban de Dios. Para lograr su conversión, rezaba incansablemente el santo Rosario, hacía duras penitencias y multiplicaba sus servicios de caridad. Dialogaba con ellos y no quedaba tranquilo hasta hacerlos entrar por el camino de la conversión. Todo esto y mucho más, lo hacía en una atmósfera de oración. La Recoleta de la que fray Juan Macías era portero, era precisamente una casa de oración y contemplación, dentro de las normas de la estricta observancia regular. Fray Juan Macías llevaba muy metidas en el alma las palabras de San Pablo: "Sea que comas, que duerma o que hagas cualquier, cosa, hazlo todo para la gloria de Dios".

Para fray Juan no había horas consagradas a Dios y horas dedicadas al prójimo. Para él, dar de comer al hambriento o devolver la alegría al triste, era hacer oración. Más aún, su pensamiento siempre estaba clavado en Jesús Sacramentado, máxima expresión del amor de Dios a los hombres. 

De esta manera, realizaba el anhelo de la Iglesia de todos los tiempos: "Lograr que la vida auténticamente cristiana, sea ofrecida como un culto al Creador y al Salvador".(Doc. Evangelización 1973).

Allá le seré mejor amigo de lo que le fui acá 

Enfermedad y despedida de fray Juan

Sesenta años de edad contaba fray Juan Macías cuando le visitó la enfermedad que le llevaría a la tumba. El médico que le asistía había perdido toda esperanza de recuperación, y el propio fray, Juan Macías se daba cuenta que le había llegado la hora de partir de este mundo al Padre, para entrar en la contemplación definitiva de aquellos, "Cielos nuevos y tierras nuevas" que, en repetidas ocasiones había visitado fugazmente en compañía de su venerable amigo San Juan Evangelista. En n aquel trance supremo, de cara a la verdad absoluta que es Dios contó a los religiosos de su convento, los favores que Dios le había regalado en su vida, desde su niñez hasta aquel momento, y cómo le había hecho gozar de la visión de su santa gloria en repetidas ocasiones. No me olvide, hermano, y encomiéndame a Dios, le rogó fray Juan de la Torre, su amigo. "Padre mío, donde la caridad es más perfecta, cree su reverencia que me habría de olvidar? 

Le doy mi palabra: allá le seré mejor amigo de lo que le fui acá", le respondió. A otro que le recomendaba a sus pobres, le contestó: "Con que tengan a Dios les sobra todo; y para su consuelo, les queda el hermano Dionisio de Vilas y otros buenos amigos que no les harán faltar lo necesarios.

Juan Quezada, benefactor de los pobres, llegó también hasta su lecho para pedirle que no se olvidara de él y de su esposa. "Olvidarme? En el corazón le llevó bien asentado, y también a la señora doña Sebastiana, su mujer". ¡Qué esperanza la que nos diste fray Juan. Cumple lo que dijiste!

La muerte del justo

La hora señalada por Dios, ha llegado. Es la hora de la despedida definitiva. Fray Juan Macías se lo advierte a los hermanos, que lo acompañan: "Ahora, sí. Es llegada mi hora. Que se haga en mí la voluntad del Señor". Siguiendo la costumbre de aquellos tiempos, los religiosos de la comunidad se dirigen procesionalmente a la habitación de fray Juan, acompañando el Santo Viático. Fray Juan se sienta, con la ayuda de sus hermanos y, por última vez, recibe con todo fervor la santa comunión.

Después de unos minutos de oración, en profundo recogimiento, el prior le administra el sacramento de la Unción de los Enfermos, en medio de salmos e himnos que los religiosos cantan invocando el perdón y la misericordia de Dios.

Cuando los hermanos cantaban la tierna plegaria "Salve Regina", con la que los Dominicos despiden a sus hermanos de este mundo, fray Juan Macías entregaba su alma al Creador. Eran las seis y cuarenta y cinco de la tarde, del día dieciséis de setiembre de mil seiscientos cuarentaicinco, (1645).-

"Ea, pues, Abogada nuestra: vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos", fue el postrer adios de los religiosos a su querido hermano Juan Macías.

La multiplicación del arroz

A lo largo de tresientos, años fray Juan Macías ha cumplido fielmente su promesa de ayudar y socorrer a quien lo invoque. Antes de morir, prometió: "Allá seré para ustedes mejor amigo de lo que f ui aquí". El veinticinco de enero de 1949 es una fecha digna de recordar. En Olivenza, Provincia de Bajadoz, lo recuerdan como "el día en la multiplicación del arroz de fray Juan Macías".

El hecho ocurrió así: En la Casa de la Providencia de Olivenza, atendida por las hermanas Esclavas del Hogar de Nazaret, reciben instrucción y alimento diario, aproximadamente cincuenta niños pobres y gente necesitada del pueblo. La Casa de la Providencia subsiste con el aporte de la gente caritativa. El veinticinco de enero, la hermana cocinera se encuentra muy preocupada: dos días que no llega ayuda externa; sólo tiene en la despensa tres tazas de arroz. Haciendo y diciendo, hecha el arroz a la olla y lo somete a la cocción, diciendo: " ¡Ah, fray Juan, y los pobres sin comida!".

Pasando algunos minutos, se da con la sorpresa que la olla rebasa. Comienza la tarea de traspasar el arroz a otra olla, y luego a otra, y a otra más. La multiplicación del arroz de la primera olla, era cosa de nunca terminar. La noticia trascendió enseguida por todo el pueblo, y en lo que va de las doce de la mañana a las cinco de la tarde, un mar de gente era testigo de la multiplicación del arroz de fray Juan Macías.

El Párroco don Luis Zambrano Blanco, que en ningún momento abandonó el lugar de los hechos, exclamó: " ¡Basta, fray Juan!". Y el milagro cesó. Con toda razón, este prodigio tan publicitado fue oficialmente confirmado para su canonización.

El amigo de Dios 

Glorificación de San Juan Macías

Gracias a la pluma de fray Juan Meléndez, O.P. hoy podemos conocer la fisonomía de fray Juan Macías; "Era de cuerpo mediano, el rostro blanco, las facciones menudas, frente ancha, algo combada., partida con una vena gruesa que desde el nacimiento del cabello del cual era moderadamente calvo, descendía al entrecejo, las cejas pobladas, los ojos modestos y alegres, la nariz algo aguileña, las mejillas enjutas, pero sonrosadas y la barba espesa y negra.

Con la muerte de fray Juan Macías se inició una nueva etapa de veneración de su memoria: Su sepulcro comenzó a ser visitado por mucha gente, y Dios exaltó a su "servidor bueno y honrado", obrando maravillas sin cuento, en favor de los pobres y necesitados.

Treinta y seis años después de su muerte, los restos de fray Juan Macías fueron trasladados a un ataúd , de cedro y, para sorpresa de todos los presentes, los hallaron incorruptos. Ahora mismo, se pueden apreciar los restos de fray Juan Macías, disecados, más no corruptos.

Fue proclamado Beato por el Papa Gregorio XVI, el 22 de Octubre de 1837. El Papa Pablo VI lo proclamó Santo el 28 de Setiembre de 1975.

San Juan Macias, amigo íntimo de San Martín de Porras y coetáneo de Santa Rosa de Lima, fueron los tres santos Dominicos que, en el siglo XVII animaron la vida Cristiana de la ciudad de Lima. Dios los ha constituido signos de su Bondad y Providencia para el mundo de hoy. Muchos se convierten a Dios y van a Dios, después de haber experimentado y recibido algún favor, por intercesión de uno de estos grandes amigos de Dios.

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