EL MÁS ILUSTRE DE LOS PERUANOS
San Martín de Porres
Humildad, profusión de dones, vida extraordinaria
Martes 1ro de noviembre de 2011
Nació Martín a fines del año 1579, posiblemente el 11 de noviembre, fiesta de su patrono San Martín de Tours. Desde pequeño mostró un temperamento dócil y piadoso, denotando que el Espíritu Santo lo conducía en las vías de la santidad.
El despertar de una Vocación
Su protectora Isabel García Michel refiere que una noche, a los ocho años de edad, lo encontró arrodillado en su habitación contemplando en profunda quietud y silencio una imagen de Jesús crucificado, que él mismo iluminaba con un candil. Impresionada, intuyó que el pequeño era llamado a una gran vocación contemplativa. Niño aún, su padre lo legitimó junto con su hermana menor Juana, y con ellos se trasladó a Guayaquil, donde ocupaba un alto cargo de gobierno. Allí Martín estuvo unos años, durante los cuales tuvo oportunidad de aprender a leer y escribir con maestro particular. Al ser nombrado su padre Gobernador de Panamá, el jovencito regresó con su madre y entró en calidad de aprendiz en la botica del reputado médico español Mateo Pastor, quien ejercía el oficio de cirujano, dentista y barbero. Con él aprendió los rudimentos de la medicina y el oficio de herbolario, que después le serían tan útiles en el convento.
Si Martín progresaba en el aprendizaje de su oficio, mucho más avanzaba en la ciencia de los santos, el amor divino. Fue lo que lo llevó, a los 15 años, a pensar en servir solamente a Dios e ingresar en un convento.
En aquella feliz época de fervor religioso, en la capital virreinal del Perú residían simultáneamente varios sacerdotes, religiosos y laicos de reconocida virtud, como Santo Toribio, Santa Rosa, San Juan Masías, San Francisco Solano, los venerables fray Pedro Urraca, Francisco del Castillo, Antonio Ruiz de Montoya, Fray Juan Gómez, etc. La mayoría de ellos vivía en los conventos de la ciudad.
Hacerse “donado” para mejor imitar la humildad de Jesucristo
Dos de esos conventos pertenecían a la Orden de los Predicadores o de Santo Domingo: el de la Magdalena y el de Nuestra Señora del Rosario. Cada uno contaba con casi 200 religiosos. Martín optó por postular al convento de Nuestra Señora del Rosario en calidad de donado, es decir, como una especie de esclavo voluntario. Se comprometía a servir toda la vida, sin ningún vínculo con la comunidad, y con el único beneficio de vestir el hábito religioso. Su madre, en un acto de desprendimiento admirable, no sólo le permitió dar ese paso, sino que ella misma quiso entregarlo al convento.
Desde el primer día, animado por un profundo espíritu sobrenatural, el joven novicio se dedicó de cuerpo y alma a servir a sus hermanos en los oficios más bajos y humillantes, como la limpieza diaria de los retretes del convento (que nunca le impidió presentarse siempre limpio, aseado y compuesto). Hacer esto por amor a Dios constituía para él no solamente una alegría, sino que lo consideraba una gran gracia.
Después de un año de prueba recibió el hábito de donado. Pero esto no agradó a su orgulloso padre, de quien llevaba el apellido. Don Juan pidió a los superiores dominicos que recibiesen a Martín, dada su ilustre estirpe paterna, al menos en calidad de hermano lego. Sin embargo, el pedido contrariaba las Constituciones de la Orden de esa época, que impedían admitir como religiosos a personas de color. El Superior quiso que el propio Martín decidiese. “Yo estoy contento en este estado —respondió—; es mi deseo imitar lo más posible a Nuestro Señor, que se hizo siervo por nosotros”. Y con esa categórica afirmación zanjó el caso.
En la escuela de la humillación, dedicación heroica
Encargado de la enfermería del convento, no le faltaban ocasiones para humillarse delante de la impaciencia que muchas veces se apodera de los enfermos, más aún en una comunidad tan numerosa. A veces no se bastaba para atender a todos, lo que provocaba crisis de mal humor en algunos más impacientes. En uno de esos momentos un religioso, que se sentía mal atendido, lo llamó de “perro mulato”. Después del primer choque, Martín se dominó. Arrodillándose junto al lecho del enfermo, dijo llorando: “Sí, es verdad que soy un perro mulato y merezco que me recuerden de eso, y merezco mucho más por mis maldades”.
Otro enfermo que juzgó estar mal atendido le dijo: “¿¡Así es tu caridad, embustero hipócrita!? ¡Ahora te conozco bien!”. Pero, admirado con la humildad y dulzura con que el ofendido lo trató, después le pidió perdón.
En esos episodios trasparecía la virtud del donado, que fue siendo reconocida por todos y traspuso los muros del convento. Lo cual llevó a los superiores a hacer una excepción y recibir a Martín como a hermano lego, uniéndose así a la Orden por los tres votos.
El desapego que tenía por sí mismo fue heroico. Oyendo decir un día que el convento estaba en apuros financieros, se dirigió al superior diciéndole que podría ayudar a resolver el problema. ¿Cómo? “Padre, yo pertenezco al convento. Disponga de mí como de un esclavo, porque algo querrán dar por este perro mulato, y yo quedaré muy contento de haber podido servir en algo a mis hermanos”. Emocionado con tanta virtud, el superior le respondió: “Dios te lo pague, hermano; pero el mismo Dios que te trajo aquí se encargará de dar remedio al caso”.
Nunca ocioso y procurando siempre servir a los demás, el tiempo parecía alargarse para Fray Martín. Además de cuidar de la enfermería, barría todo el convento, cuidaba de la ropería, cortaba el cabello a los doscientos frailes, y era el puntual campanero, pero aún así conseguía reservar para la oración de seis a ocho horas al día.
En la huerta conventual él mismo cultivaba las plantas que utilizaba para sus medicinas. Con ellas obraba verdaderos milagros. Una misteriosa unión con Dios le movía a decir al enfermo: “Yo te medico, Dios te cura”, y acto seguido la curación ocurría. Otras veces se valía de los ingredientes más simples e inocuos para comunicar su virtud de cura: vino tibio, fajas de paño para unir las piernas rotas de un niño, un pedazo de suela con el que curó la infección que sufría otro donado que era zapatero...
Estando enfermo el Obispo de La Paz, de paso por Lima mandó que llamasen a Fray Martín para que lo curase. El simple contacto de la mano del donado con su pecho lo libró de una grave enfermedad que lo estaba llevando a la tumba.Iglesia de Santo Domingo
“Contra la caridad no hay precepto”
Fray Martín transformó la enfermería en su centro de actividades. A ella llevaba a todos los enfermos que encontraba en la calle, incluso a aquellos con mayor peligro de contagio. Eso le fue prohibido por los superiores. Pero la caridad del Santo no tenía límites. Por eso, preparó en casa de su hermana, que vivía a dos cuadras del convento, unos aposentos para recibir a esos enfermos. Y allá los iba a tratar con sus propias manos, hasta que sanasen o entregasen el alma a Dios.
Cierto día, sin embargo, sucedió que un indio fue acuchillado en la puerta del convento. Fray Martín no tenía tiempo para llevarlo hasta la casa de su hermana. Ante la urgencia del caso, no tuvo dudas y cuidó del indio en la enfermería del convento. Cuando éste estaba mejor, lo llevó entonces a casa de su hermana. Esto no le gustó al superior, que lo reprendió por haber pecado contra la obediencia. “En eso no pequé”, respondió Martín. “¿Cómo que no?”, impugnó el superior. “Así es, Padre, porque creo que contra la caridad no hay precepto, ni siquiera el de la obediencia”, respondió el Santo.
Además de todas estas actividades, Fray Martín salía también del convento a pedir limosnas para sus pobres y para los sacerdotes necesitados. Conociendo de su prudencia y caridad, muchos le encargaban distribuir sus limosnas, incluso el Virrey, que le daba 100 pesos mensuales para ello.
Origen prodigioso del “Olivar de Fray Martín”
Pocos son hoy los limeños que saben que el actual Olivar de San Isidro es apenas el resto de una extensa plantación realizada personalmente por el benemérito fray Martín en la hacienda Limatambo, con el propósito de abastecer de aceite de bajo costo a la ciudad. En cuestión de horas, las sucesivas plantaciones tuvieron un desarrollo milagroso, así narrado por José Manuel Valdés, biógrafo del santo:
“Plantó Fray Martín en Limatambo más de seis mil pies de olivo, los cuales al día siguiente de plantados, tenían retoños y hojas, sin que ninguno se malograse, los que han dado copiosísimos frutos para socorro de la comunidad”. Como es sabido, cada esqueje de olivo demora meses en retoñar, y un año en hojear, por lo cual “es claro que fue milagroso el desarrollo en pocas horas de todos los pies plantados por fray Martín”. Es más, todos los pies sin excepción prosperaron, y ninguno se malogró. “Llenó de admiración este suceso a cuantos fueron testigos de él, se probó la verdad con declaraciones auténticas, y para perpetuar su memoria, se le llamó desde entonces, el Olivar de fray Martín”.
Juan vásquez de Parra, fiel auxiliar de Fray Martín durante varios años, certificó bajo juramento este y muchos otros prodigios de los cuales fue privilegiado testigo.
Variedad y profusión de dones sobrenaturales
El don de la sabiduría era en fray Martín tan notorio y reconocido, que las más altas personalidades de Lima le tenían por amigo y consejero, como el Virrey Conde de Chinchón, Don Luis Jerónimo de Cabrera; el Arzobispo de Lima Monseñor Fernando Vargas de Ugarte; el Acalde de Lima Don Juan de Figueroa; el rector de la Universidad de San Marcos don Baltasar Carrasco de Orozco, etc.
También preveía el futuro. A muchos vaticinó la curación, la muerte o sucesos que les ocurrirían. Poseía asimismo otros dones paranormales que sabía manejar con santa astucia: cierta vez, por ejemplo, un hombre que iba a cometer un acto pecaminoso fue retenido por él en la portería del convento, en agradable y edificante conversación, haciéndole olvidarse del tiempo. Cuando continuó su camino, supo que la casa a donde iba se había desplomado, hiriendo gravemente a la mujer que estaba dentro
Le gustaba acolitar la Misa y era gran devoto de la Eucaristía. Mientras caminaba, no cesaba de pasar las cuentas de su Rosario. Como fruto de su alto grado de vida interior y espíritu de oración, Martín tenía frecuentes éxtasis, a la vista de todos. Numerosos testimonios refieren que además, en muchos de esos momentos se elevaba del suelo en levitación, desde “el altor de un hombre poco más o menos” hasta “cuatro varas” (tres metros).
Le gustaba acolitar la Misa y era gran devoto de la Eucaristía. Mientras caminaba, no cesaba de pasar las cuentas de su Rosario. Como fruto de su alto grado de vida interior y espíritu de oración, Martín tenía frecuentes éxtasis, a la vista de todos. Numerosos testimonios refieren que además, en muchos de esos momentos se elevaba del suelo en levitación, desde “el altor de un hombre poco más o menos” hasta “cuatro varas” (tres metros).
Pero eso no era todo. Consta que llegó a adquirir en algunas ocasiones cualidades propias de los cuerpos gloriosos y, atravesando puertas cerradas o incluso gruesas paredes, aparecía repentinamente en aposentos donde su presencia era necesaria, para satisfacer su caridad. Por ejemplo, varias veces se presentó avanzada la noche en el Noviciado, ya cerrado por dentro con llaves o trancas, en momentos críticos (por ejemplo una epidemia de sarampión que afectó gravemente a unos sesenta novicios), llevando exactamente lo que cada paciente requería —cántaros de agua, remedios, toallas, camisas, etc.—, sin que se supiera cómo había podido ingresar. Cuando se lo preguntaban, asombrados, simplemente respondía: De eso cuido yo...
Entre los innumerables milagros obrados por el Santo mulato, figuran las manifestaciones del don de bilocación (estar al mismo tiempo en lugares y hasta en países diferentes), referidas por varios testigos, incluso por una sobrina suya que residía en el campo.
Entre los innumerables milagros obrados por el Santo mulato, figuran las manifestaciones del don de bilocación (estar al mismo tiempo en lugares y hasta en países diferentes), referidas por varios testigos, incluso por una sobrina suya que residía en el campo.
Esta relató que su madre había tenido una seria desavenencia con su esposo, tan prolongada que le impidió preparar almuerzo ese día. En tal circunstancia, hacia la una de la tarde apareció de repente fray Martín en la chacra, llevando una canasta con “empanadas, roscas de pan regalado, frutas y vino”, diciendo que venía a descansar y almorzar con ellos, y que sabía del disgusto. Los amistó y se quedó con ellos hasta el día siguiente.
El episodio fue después narrado a su compañero de oficio en la enfermería, fray Fernando Aragonés, pero este negó rotundamente que hubiese podido ocurrir, porque ese día fray Martín “no había faltado a su compañía un instante” y “había estado en el dicho convento sin salir de él”...
No faltó en este elenco de maravillas la resurrección de un religioso, Fray Tomás, y hasta resucitar animales. Se cuenta también que estando con otros hermanos lejos del convento, cuando llegó la hora de regresar, a fin de no faltar a la virtud de la obediencia, les dio la mano a los demás, y todos levantaron vuelo, llegando así al convento al momento previsto.
Poseía un misterioso dominio sobre los animales, hasta los más molestos. Cuando los ratones se volvieron un problema en el convento, porque roían todos los productos almacenados con sacrificio, Fray Martín cogió a un pericote que cayó en la ratonera y le dijo: “Te voy a soltar; pero anda y dile a tus compañeros que no molesten ni sean nocivos al convento; que se retiren a la huerta, que yo les llevaré comida todos los días”. Al día siguiente todos los ratones estaban bien quietecitos en la huerta, ¡esperando la comida que Fray Martín les llevaba!
Con esta variedad de dones Dios quiso premiar su extraordinaria austeridad y espiritu de penitencia. Para dominar sus inclinaciones, se flagelaba hasta sangrar tres veces al día, y durante los cuarenta y cinco años que permaneció en el convento sólo comía una sopa de verduras y cumplía todos los ayunos a pan y agua.
Es fácil suponer que el enemigo del género humano no pudiese soportar tanto bien, hecho por este humilde dominico. Lo perseguía sin tregua, a veces haciéndole rodar por las escaleras, otras vedándole el camino cuando iba a socorrer a algún necesitado. Fray Martín acostumbraba repelerlo con el símbolo de la Cruz.
Hay algo de sumamente benigno y encantador en todos los hechos de la vida de Fray Martín, por ejemplo las innumerables curaciones que realizaba con características inesperadas y sorprendentes. Esta nota amena y sonriente -aún en las condiciones propias de "valle de lágrimas" de nuestra vida terrena- es típicamente peruana, y en ella se deja ver la luz primordial del país, que el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira definía como “encanto grandioso”. Y es la causa del universal prestigio y popularidad del santo mulato, cariñosamente llamado "San Martincito" por el pueblo.
Con el cuerpo consumido por el exceso de trabajo, el ayuno continuo y la penitencia, sucumbió a los 60 años. A su lecho de moribundo acudieron el Virrey, Obispos, eclesiásticos y todo el pueblo que consiguió entrar. Entre las 8 y las 9 de la noche del 3 de noviembre de 1639, San Martín de Porres escuchó por última vez a sus hermanos dominicos entonar el Credo. Al llegar a las palabras “et homo factus est” ("y se hizo hombre"), besó el crucifijo que tenía en sus manos y cerrando los ojos a esta vida, entregó su maravillosa alma a Dios.
Su funeral fue una glorificación. Todos querían venerar a aquel santo moreno que nunca había buscado su propia gloria, sino solamente la de Dios, y que es sin duda el más ilustre de los peruanos.
Fuentes
- Enriqueta Vila Villar, Santos de América, Ediciones Moretón, Bilbao, 1968, pp. 69-87.
- José Antonio del Busto Duthurburu, San Martín de Porras, Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 1992.
- José Manuel Valdés, Vida Admirable del Bienaventurado Fray Martín de Porres, Huerta y Cía. Impresores-Editores, Lima, 1863.
- Rafael Sánchez-Concha B., Santos y Santidad en el Perú Virreinal, Vida y Espiritualidad, Lima, 2003.
- Plinio M. Solimeo, San Martín de Porres, el extraordinario santo de las cosas extraordinarias, “Catolicismo”, S. Paulo, N° 611, noviembre de 2001.
Cardenal Cipriani - Diálogo de Fe 05/05/2012
Publicado el 06/05/2012 por Arzobispadodelima
En el programa Diálogo de Fe del sábado 05 de mayo, el Cardenal Juan Luis Cipriani recordó que la santidad de San Martín de Porres se basa en el amor al prójimo que debe servir como ejemplo para todos. Animó también a que en este mes de la Virgen María debemos permitirle entrar en nuestros corazones para que genere un cambio en nuestras vidas.
San Martín de Porras
Contenido
1 Dignidad de un indigno
2 Santo del Concilio Vaticano II
3 Celebremos los 50 años de su canonización
4 Anexo: El libro de José Antonio del Busto Duthurburo sobre San Martín de Porras
1. Dignidad de un indigno
Para Dios no hay profesiones indignas, sino indignos profesionales. Los hombres se fijan en las apariencias, el color de la piel, la estatura, el dinero, el vestido...pero Dios sólo mira al corazón. Nuestro Fray Escoba fue un marginado de su tiempo, el siglo XVI. Era hijo "ilegítimo" del español Juan de Porres y de Ana Velázquez, mujer negra descendiente de esclavos africanos.
Al ser mulato y pobre le tocó sufrir en más de una ocasión el menosprecio de la sociedad. Sin embargo, su madre le descubrió el evangelio de Jesús: "El que se humilla será ensalzado". A Fray Martín no le importó ser "simple" lego o donado de la orden de Santo Domingo, sin poder ser sacerdote; tampoco tuvo a mal el estar continuamente sirviendo a los demás, ir de un lado para otro con la escoba, atender a los enfermos, a los mendigos... Dios se sirvió de su persona para unir las razas, para hermanar a los ricos con los pobres...y a todos los hombres con Dios.
Nació en Lima, Perú, en 1579. El santo mulato fue bautizado en la iglesia de San Sebastián, en la misma pila y por el mismo párroco que había bautizado a Santa Rosa de Lima. Martín vivió con su madre, quien le educó en la solidaridad con los pobres y enfermos; de este modo, siempre que iba a la tienda, empleaba parte de la plata en socorrer al primer necesitado que encontraba. En la iglesia de Santo Domingo o del Rosario se veía frecuentemente a Ana con su Martín y con la segunda hija, Juana; especialmente gozaban con la vista de los crucifijos y los iconos de la Virgen.Su padre Juan, al volver de Guayaquil, legaliza su situación reconociendo oficialmente a sus dos hijos, aunque no llega a desposarse. A los dos lleva a Ecuador para ser educados con un preceptor. Martín, a sus trece años, aprende castellano, aritmética y caligrafía. Tras dos años de estancia en la ciudad portuaria de Guayaquil, deja a su hija con su tío Santiago y se lleva a Martín a Lima.
Desde niño dio muestras de su profundo amor por Dios. Al mismo tiempo su amor al prójimo lo condujo a ayudar a todos, aun en las tareas más humildes. A los 15 años ingresó como donado al convento de Santo Domingo en Lima y en 1603 hizo la profesión como hermano lego. Los superiores de San Martín, pronto advirtieron sus cualidades y caridad por ello le confiaron, junto a otros oficios, el de enfermero. Sus habilidades y el ardor con que cuidaba a los enfermos atrajo incluso a los religiosos de otras comunidades que llegaban a Lima sólo para atenderse con el santo. San Martín fue muchas veces despreciado y humillado, por ser mulato, pero nunca se rebeló contra los insultos que le inferían. Su abnegación, su modestia y la paz que irradiaba impresionaban a cuantos conocía. En la enfermería y en la portería del convento del Rosario (Santo Domingo) atendía con acogedora bondad y amor a los pobres y enfermos. Si a todos los dolientes trataba exquisitamente, a sus hermanos religiosos los servía de rodillas.
Su caridad universal le llevará a convertir el convento en hospital. Sabe que el amor es la ley suprema. De este modo, una tarde se encuentra en la plaza con un enfermo vestido de andrajos y devorado por la fiebre. Le carga sobre sus espaldas, le lleva al convento y le acuesta en la cama. Al ser reprendido por uno de los frailes
El santo, con paciencia serena, contesta con sencillez:
- Los enfermos no tienen jamás clausura.
Un día por la noche encuentra un herido a quien le han clavado un puñal. Le acoge en su celda con la idea de trasladarle a casa de su hermana en cuanto mejore. El Provincial dominico le impone a Fray Martín una penitencia que cumple al pie de la letra. El Superior, sin embargo, enferma y requiere los cuidados del Santo:
- No tuve más remedio que imponerte esa penitencia.
Contesta Fray Martín:
- Perdone mi desatino, pues pensaba que la santa caridad debía tener las puertas abiertas.
Ante respuesta tan contundente y evangélica, el Provincial concluye:
- Bien está lo que hiciste. Desde este momento el convento será vuestro segundo hospital. Podéis traer a él cuantos enfermos queráis.
Su caridad con el prójimo nacía de la unión íntima con Jesús y con María. Comentan sus compañeros dominicos que recibía a Jesús Sacramentado "con muchas lágrimas y grandísima devoción", ocultándose de todos para "mejor poder alabar al Señor". Fray Martín rezaba en su celda, en la Iglesia, ante el Santísimo Sacramento, Virgen de los Santos, en los altares del templo, en las capillas y oratorio del convento. Oraba arrodillado y echado en cruz sobre el suelo. Así Juan Vázquez de Parra, amigo suyo, nos cuenta lo siguiente: “que una noche estando este testigo recogido como a horas de las once de la noche, poco más o menos, hubo un temblor muy recio, y recalándose este testigo de lo que podía resultar, se levantó de la cama en que estaba echado dado voces y llamando al dicho venerable fray Martín de Porras, al cual halló (en su celda) que estaba echado en el suelo boca abajo y puesto en cruz con un ladrillo en la boca y el rosario en la mano haciendo oración”. Además, sus mismos amigos decían que rezaba después de su trabajo en la enfermería. Realizó numerosas curaciones milagrosas. Una tarde, en que estaba cerrado el noviciado del convento, penetra en la celda de un Hermano enfermo, quien, sorprendido, le pregunta:
- ¿De dónde vienes pues nadie os ha llamado?
Impasible contesta:
- Oí que me llamaba tu necesidad y vine. Toma esta medicina y curarás.
Particular fue el aprecio por sus hermanos de raza. Cuando le tocaba acudir a la finca de Limatambo, a las afueras de Lima, se dedicaba a las labores propias de los esclavos negros: arar, sembrar, podar árboles, cuidar de los animales en los establos... A quien se lo hizo notar, le respondió:
- Los negros están cansados del duro trabajo diario y así no se me pasa el día sin hacer algo de provecho.
No nos extraña que se ganara el afecto de los esclavos morenos y de los indios pescadores de Chorrillos y de Surco, pues les servía como enfermero y les catequizaba como misionero. Ellos, por su parte, le obsequiaban con frutos de sus huertos y estipendios para Misas.
Más allá del mito y de la leyenda creada en torno al taumaturgo "santo de la escoba" hay que rescatar -como lo ha hecho magistralmente su biógrafo Dr. J.A.del Busto- su entrañable humanidad, la gran responsabilidad con la que vivió su vocación. Al respecto dirá su compañero Fray Juan de Barbarán que todo el tiempo que fue religioso "tocó a maitines y al alba", de forma tan vigilante que "enmendaba el reloj y tan perseverante que nunca dejó de oírse esta salva a la aurora". En su profesión de lavandero destacó por la pulcritud con que dejaba la ropa.
Entrañable fue su amistad con el también lego dominico san Juan Macías. Un testigo declaró: "Y por las Pascuas se iban los dos solos y se encerraban en un aposento que tenían en la huerta del centro de la Recolección de la Magdalena y allí tenían sus conversaciones espirituales y hacían sus penitencias".
Su otro gran amigo místico fue el también lego, aunque franciscano, Fray Juan Gómez, popularizado por Ricardo Palma en una de sus tradiciones en que señala haber convertido un arácnido venenoso en una joya: el alacrán de fray Gómez.
San Martín de Porres, Patrono de la Justicia Social, murió el 3 de noviembre de 1639, dejando a Lima -desde el virrey y arzobispo hasta el último excluido social- consternada. Fue beatificado por el Papa Gregorio XVI en 1837 y canonizado hace 50 años en 1962. Martín de Porres proclamado protector y patrón de las obras de justicia social. 3 de noviembre 1939, por el presidente de la república Oscar R. Benavides. La Santa Sede declara a Fray Martín de Porres, Patrono de las obras de Justicia Social en el Perú el 10 de Enero de 1945 el Sumo Pontífice Pío XII.
2. Santo del Concilio Vaticano II
Una de las grandes alegrías del Papa Bueno, Beato Juan XXIII, en pleno Concilio Vaticano II, fue la canonización de San Martín de Porres el 6 de mayo de 1962. Ni qué decir que Lima repicó las campanas de alegría infinita por tamaña noticia. A la vez era proclamado patrono universal de la justicia social:
Martín nos demuestra, con el ejemplo de su vida, que podemos llegar a la salvación y a la santidad por el camino que nos enseñó Cristo Jesús: a saber, si, en primer lugar, amamos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todo nuestro ser; y si, en segundo lugar, amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Él sabía que Cristo Jesús padeció por nosotros y, cegado con nuestros pecados, subió al leño, y por esto tuvo un amor especial a Jesús crucificado, de tal modo que, al contemplar sus atroces sufrimientos, no podía evitar el derramar abundantes lágrimas.
Tuvo también una singular devoción al santísimo sacramento de la eucaristía, al que dedicaba con frecuencia largas horas de oculta adoración ante el sagrario, deseando nutrirse de él con la máxima frecuencia que le era posible.
Además, san Martín, obedeciendo el mandato del divino Maestro, se ejercitaba intensamente en la caridad para con sus hermanos, caridad que era fruto de su fe íntegra y de su humildad. Amaba a sus prójimos, porque los consideraba verdaderos hijos de Dios y hermanos suyos; y los amaba aún más que a sí mismo, ya que, por su humildad, los tenía a todos por más justos y perfectos que él.
Disculpaba los errores de los demás; perdonaba las más graves injurias, pues estaba convencido que era mucho más lo que merecía por sus pecados; ponía todo su empeño en retornar al buen camino a los pecadores; socorría con amor a los enfermos; procuraba comida, vestido y medicinas a los pobres; en la medida que le era posible, ayudaba a los agricultores y a los negros y mulatos, que, por aquel tiempo, eran tratados como esclavos de la más baja condición, lo que le valió, por parte del pueblo, el apelativo de «Martín de la caridad».
Este santo varón, que con sus palabras, ejemplos y virtudes impulsó a sus prójimos a una vida de piedad, también ahora goza de un poder admirable para elevar nuestras mentes a las cosas celestiales. No todos, por desgracia, son capaces de comprender estos bienes sobrenaturales, no todos los aprecian como es debido, al contrario, son muchos los que, enredados en sus vicios, los menosprecian, los desdeñan o los olvidan completamente. Ojalá que el ejemplo de Martín enseñe a muchos la dulzura y felicidad que se encuentra en el seguimiento de Jesucristo y en la sumisión a sus divinos mandatos.
Se han escrito más de un centenar de libros a su respecto, de los más diversos autores: religiosos, historiadores, literatos, médicos y políticos. Son incalculables sus ediciones y reediciones en diversas lenguas: español, latín, inglés, francés, italiano, alemán, polaco, vietnamita y chino. Y miles de libros más en los que figuran capítulos enteros sobre él o hacen alguna mención destacada. Existen importantes hospitales que llevan su nombre, fuera del Perú, en Filipinas, Taiwán, India, Ghana y Camerún. Así como en México, Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile y Argentina. Una universidad peruana y un distrito limeño llevan su nombre.
Mediante la Ley 25125, del 17 de noviembre de 1989, San Martín de Porres fue proclamado Patrono Internacional de la Paz. Cientos de asociaciones, albergues, boticas, clínicas, hermandades, comercios, colegios, transportistas, se disputan su nombre. Hay templos dedicados a San Martín de Porres en el mundo entero. El humilde fraile dominico del siglo XVII, ostenta diversos otros patronazgos: Patrono de la justicia social en el Perú. Patrón de los enfermos Patrón de los barberos Patrón de los barrenderos Patrón de los químicos farmacéuticos del Perú. Patrón de la sanidad de las fuerzas policiales del Perú. Patrón de los trabajadores municipales del Perú. Protector de los pobres Hay películas de cine, telenovelas, radionovelas y piezas de teatro, que abordan su vida. El pianista estadounidense Mary Lou Williams y Jazzkomponistin compuso en su honor la obra Cristo Negro de los Andes. Y hasta un cementerio en Texas, Estados Unidos, lleva su nombre
El reciente libro del P. Ángel Peña sobre San Martín rescata sus carismas que eran la admiración de cuantos lo conocían. Por su don de sutileza, pasaba a través de las paredes y puertas cerradas; gracias al don de bilocación estaba, a la vez, en lugares lejanos; el don de la agilidad le sirvió para trasladarse en un instante a sitios distantes; tenía el don de luces y resplandores sobrenaturales; el del perfume sobrenatural, discernimiento de espíritus, conocimiento de cosas ocultas y, muy en especial, el don curación. Pero lo importante era su cotidianidad, el día a día. Era muy humilde y servicial con todos. Y a todos atendía como enfermero de la Comunidad, preocupándose especialmente de los pobres (españoles, indios o negros), a quienes sanaba y daba limosnas. Pero también era caritativo, curando a los animales enfermos, que traía de la calle al convento. Los animales le obedecían y él consiguió que, en distintas ocasiones, “juntar en un plato, perro, pericote y gato”. Fray Martín era el médico de Dios para todos. Y todos lo querían, desde las más altas autoridades hasta los más pobres de los pobres. Por eso, -como muy bien escribe el P. Peña- “nosotros debemos sentirnos orgullosos de este hermano nuestro que nos espera en el cielo y a quien podemos acudir en todas nuestras necesidades del cuerpo y del alma, sabiendo que nos atenderá con humildad, caridad y alegría, como lo hacía siempre”.
Lima cuenta con un distrito en Lima Norte y una parroquia en el cercano distrito de Independencia y que se fundó como la Parroquia Beato San Martín de Porres, la primera en el mundo de llevar el nombre de San Martín de Porres[1], que era beato en aquel entonces. Los sacerdotes se dedicaron también –además de la construcción del santuario- a visitar a todas las familias del Barrio Obrero, a las escuelas nacionales para la preparación sacramental y las visitas a las haciendas que tenían su propia capilla. La construcción del Santuario dedicado a San Martín de Porres contó con el apoyo de toda la población a través de quermeses, rifas, etc. Contaron con la ayuda del Arquitecto Ortiz de Zevallos[2] gracias a que el Padre José Murphy se entrevistara con el Rector de la Universidad de Ingeniería, el Arquitecto Fernando Belaúnde Terry.
Más allá del mito y de la leyenda creada en torno al taumaturgo "santo de la escoba" hay que rescatar -como lo ha hecho magistralmente su biógrafo Dr. J. A. del Busto- su entrañable humanidad, la gran responsabilidad con la que vivió su vocación. Al respecto dirá su compañero Fray Juan de Barbarán que todo el tiempo que fue religioso "tocó a maitines y al alba", de forma tan vigilante que "enmendaba el relox y tan perseverante que nunca dejó de oírse esta salva a la aurora". En su profesión de lavandero destacó por la pulcritud con que dejaba la ropa.
El autor delinea con precisión el contexto limeño y el pensamiento de la época -“crepúsculo quinientista y el amanecer barroco- para presentarnos a un Martín de Porras creíble por el realismo del personaje: “Martín de Porras Velásquez, gentilhombre de escoba, barbero sangrador, mulato socarrón, flor de Malmbo” p.27. A pesar del gran aparato de notas documentales, la lectura cautiva por su magia narrativa. Imprescindible para conocer el auténtico hombre y santo dominico.
La fuente principal es el proceso de beatificación y del mismo los tstigos que vieron, conocieron y trataron a Fray Martín, dejando para un segundo lugar a los que sólo oyeron hablar de él y se acogen a lo que fue público y notorio. El autor lo somete al método de la contraposición y del análisis, para deslindar errores, fraudes, fantasías.
El Dr. del Busto presenta siempre a las claras su modo de hacer historia: “Saberse trasladar al pasado como primera actitud del historiado con el fin de reconstruir “el pasado como pasado, tal como fue y no como creemos que fue, tal como sucedió y no como quiséramos que hubiese sucedido” p.13
El resultado: “Hoy hemos reconstruido su vida y nos ha dejado satisfechos. Lo hemos sacado del mito y de la leyenda, de latradición y de la sensiblería porpular para ubicarlo en el terreno histórico y darnos en definitiva como el hombre. Podemos decir que lo hemos llegado a conocer como personaje histórico y concuilos que en la Lima de ese entonces, ciudad entre beata y pecadora, urbe de embrujos y milagros que en todo veía la mano de Dios o las uñas del diablo, vivió un hombre santo. Era limeño, bastardo, mulato y donado, y su vida fue tan virtuosamente llevada que resulta explicable que la gente empezara a mirarlo como un logrado caso de santidad” p.14
Su padre Juan, al volver de Guayaquil, legaliza su situación reconociendo oficialmente a sus dos hijos, aunque no llega a desposarse. A los dos lleva a Ecuador para ser educados con un preceptor. Martín, a sus trece años, aprende castellano, aritmética y caligrafía. Tras dos años de estancia en la ciudad portuaria de Guayaquil, deja a su hija con su tío Santiago y se lleva a Martín a Lima.
A los quince años es confirmado por Santo Toribio Mogrovejo. Por esta fecha trabaja en la tienda de Mateo Pastor, negociante en especies y en hierbas medicinales. Posteriormente aprendió el oficio de barbero-sangrador con Marcelo de Ribera, a quien ayuda a sangrar heridas, aliviar dolores, aplicar hierbas y emplastos.
Desde niño dio muestras de su profundo amor por Dios. Al mismo tiempo su amor al prójimo lo condujo a ayudar a todos, aun en las tareas más humildes. A los 15 años ingresó como donado al convento de Santo Domingo en Lima y en 1603 hizo la profesión como hermano lego. Los superiores de San Martín, pronto advirtieron sus cualidades y caridad por ello le confiaron, junto a otros oficios, el de enfermero. Sus habilidades y el ardor con que cuidaba a los enfermos atrajo incluso a los religiosos de otras comunidades que llegaban a Lima sólo para atenderse con el santo. San Martín fue muchas veces despreciado y humillado, por ser mulato, pero nunca se rebeló contra los insultos que le inferían. Su abnegación, su modestia y la paz que irradiaba impresionaban a cuántos conocía. En la enfermería y en la portería del convento del Rosario (Santo Domingo) atendía con acogedora bondad y amor a los pobres y enfermos. Si a todos los dolientes trataba exquisitamente, a sus hermanos religiosos los servía de rodillas. J.A. Suardo en su “Diario” registra las enfermedades.
Su caridad universal le llevará a convertir el convento en hospital. Sabe que el amor es la ley suprema. De este modo, una tarde se encuentra en la plaza con un enfermo vestido de andrajos y devorado por la fiebre. Le carga sobre sus espaldas, le lleva al convento y le acuesta en la cama. Al ser reprendido por uno de los frailes:
- Los enfermos no tienen jamás clausura.
Un día por la noche encuentra un herido a quien le han clavado un puñal. Le acoge en su celda con la idea de trasladarle a casa de su hermana en cuanto mejore. El Provincial dominico le impone a Fray Martín una penitencia que cumple al pie de la letra. El Superior, sin embargo, enferma y requiere los cuidados del Santo:
- No tuve más remedio que imponerte esa penitencia.
- Perdone mi desatino, pues pensaba que la santa caridad debía tener las puertas abiertas.
Ante respuesta tan contundente y evangélica, el Provincial concluye:
- Bien está lo que hiciste. Desde este momento el convento será vuestro segundo hospital. Podéis traer a él cuantos enfermos queráis.
Su caridad con el prójimo nacía de la unión íntima con Jesús y con María. Comentan sus compañeros dominicos que recibía a Jesús Sacramentado "con muchas lágrimas y grandísima devoción", ocultándose de todos para "mejor poder alabar al Señor".Fray Martín, rezaba en su celda, en la Iglesia, ante el Santísimo Sacramento, Virgen de los Santos, en los altares del templo, en las capillas y oratorio del convento. Oraba arrodillado y echado en cruz sobre el suelo. Así Juan Vázquez de Parra, amigo suyo, nos cuenta lo siguiente: “que una noche estando este testigo recogido como a horas de las once de la noche, poco más o menos, hubo un temblor muy recio, y recalándose este testigo de lo que podía resultar, se levantó de la cama en que estaba echado dado voces y llamando al dicho venerable fray Martín de Porras, al cual halló (en su celda) que estaba echado en el suelo boca abajo y puesto en cruz con un ladrillo en la boca y el rosario en la mano haciendo oración”. Además sus mismos amigos decían que rezaba después de su trabajo en la enfermería. Como dice el Dr. del Busto “no deseaba ser santo; habría sido vanidad pretenderlo…Él no quería ser santo, sólo rezar y trabajar, servir a Dios y hacerse bueno”.
Realizó numerosas curaciones milagrosas. Una tarde, en que estaba cerrado el noviciado del convento, penetra en la celda de un Hermano enfermo, quien, sorprendido, le pregunta:
- ¿De dónde vienes pues nadie os ha llamado?
- Oí que me llamaba tu necesidad y vine. Toma esta medicina y curarás.
Particular fue el aprecio por sus hermanos de raza. Cuando le tocaba acudir a la finca de Limatambo, a las afueras de Lima, se dedicaba a las labores propias de los esclavos negros: arar, sembrar, podar árboles, cuidar de los animales en los establos... A quien se lo hizo notar, le respondió:
Los negros están cansados del duro trabajo diario y así no se me pasa el día sin hacer algo de provecho.
No nos extraña que se ganar el afecto de los esclavos morenos y de los indios pescadores de Chorrillos y de Surco, pues les servía como enfermero y les catequizaba como misionero. Ellos, por su parte, le obsequiaban con frutos de sus huertos y estipendios para Misas. Tuvo como ayudante un esclavo negro, Antón Cocolí.
Entrañable fue su amistad con el también lego dominico san Juan Macías. Un testigo declaró: "Y por las Pascuas se iban los dos solos y se encerraban en un aposento que tenían en la huerta del centro de la Recolección de la Magdalena y allí tenían sus conversaciones espirituales y hacían sus penitencias".
Su otro gran amigo místico fue el también lego, aunque franciscano, Fray Juan Gómez, popularizado por Ricardo Palma en una de sus tradiciones en que señala haber convertido un arácnido venenoso en una joya: el alacrán de fray Gómez.
José Antonio Benito
Monday, May 07, 2012
Si bien es cierto que Mons. Óscar Romero y San Martín de Porres (1579-1639) coinciden en el amor por los pobres, a primera vista pareciera que sus modus operandi son totalmente contrarios. Mons. Romero denunciaba el atropello sistemático a los derechos de los pobres, mientras que el Santo de la Escoba “nunca planteó reivindicaciones sociales ni políticas” y se limitó a practicar la caridad de manera particular. (Juan XXIII canonizó a Martín de Porres, Diario La Primera, 10 de Febrero del 2012.) Los seguidores de Fray Martín cuentan que curaba a enfermos, levitaba, poseía dones de bilocación y clarividencia, y hasta hablaba con los animales, mientras que los seguidores de Mons. Romero advierten que no se trata de un “santo ‘milagrero’.” (Sobrino, El seguimiento de Monseñor Romero, Proceso, 9 de febrero de 2005.) En fin, parecería que es como el comparar el día y la noche.
La primera indirecta de que podría haber una mayor comunalidad entre los dos surge en las palabras pronunciadas por el Beato Juan XXIII durante la canonización del venerado santo mulato hace cincuenta años. “Hay que tener también en cuenta”—dijo el pontífice—de que el Fray Martín, “siguió caminos, que podemos juzgar ciertamente nuevos en aquellos tiempos, y que pueden considerarse como anticipados a nuestros días”. (Homilía de Canonización, domingo 6 de mayo de 1962.) El papa Pío XII lo declaró Patrono de la Doctrina Social y el mismo Mons. Romero predicaba que, “el mensaje de San Martín”, es que “no son las posiciones altas, privilegiadas, las que atraen las bendiciones mejores del Señor, sino las almas humildes que ... saben hacer de su escoba, de sus quehaceres más humildes o grandes, el instrumento de su santificación”. (Hom. 6 de nov. de 1977.)
De hecho, solo para poder ingresar a la orden de los dominicos como hermano pleno, el Fray Martín tuvo que romper esquemas: su origen racial y estado de hijo ilegitimo era un fuerte impedimento en aquella sociedad tan rígidamente ordenada. Es más: “A pesar de la biografía ejemplar del mulato Martín de Porres, convertido en devoción fundamental de mulatos, indios y negros, la sociedad colonial no lo llevaría a los altares”. (La Primera, supra.) Pasarían 198 años antes de su beatificación y 323 antes de su canonización, que no se dio hasta los tiempos del Concilio Vaticano Segundo y del movimiento de derechos civiles para los Negros en Estados Unidos. (Orsini. Esa larga espera bien pudiera sernos instructiva a los seguidores de Mons. Romero para que seamos más comprensivos con estos procesos.) El papa Juan retomó el hecho al declararlo santo: “juzgamos muy oportuno el que este año en que se ha de celebrar el Concilio, sea enumerado entre los santos Martín de Porres”. (Homilía, supra.)
La relevancia de San Martín no se limita ni a los siglos de la Colonia como tampoco a aquella época conciliar, sino que sigue vigente para nuestros tiempos. En el marco del 50 aniversario de su canonización, el Papa Benedicto XVI pide “que interceda por los trabajos de la nueva evangelización”. (Oración «Regina Cæli», 6 de mayo del 2012.) El mismo pontífice también elogió la labor de Mons. Romero en la evangelización cuando habló del estímulo a los sentimientos religiosos del pueblo que el mensaje cristiano haya sido “predicado también con fervor por pastores llenos de amor de Dios, como Mons. Óscar Arnulfo Romero”. (Discurso a los Obispos Salvadoreños, 28 de febrero de 2008.) Cuando este “amor de Dios” fue puesto a prueba, tanto Mons. Romero como San Martín de Porres respondieron en voz clara y sin ambigüedades. Ya sabemos que Mons. Romero hablo de manera profética, pero ¿qué de San Martín? Al ser acusado por desobediencia cuando desafió la prohibición de sus superiores de abrir un nuevo albergue para enfermos por peligro de contagio, el fraile mulato supo responder, “contra la caridad no hay precepto, ni siquiera el de la obediencia”. (Vicaría "San Martín de Porres".)
Tanto Mons. Romero como San Martín encontraron el rechazo y la humillación, tristemente en su propia Iglesia. El fraile mulato “perdonaba duras injurias”, nos dice el Papa Juan. (Homilía, supra.) Otros autores detallan cuan duras: en una ocasión, un religioso lo llamó un “perro mulato” en presencia de otros. (Vicaría, Op. Cit.) Tal era la discriminación racial de aquella época que nadie cuestionó el rechazo del novato Martín cuando trató de inscribirse en la orden de Santo Domingo, pese a que su padre, Juan de Porres, era un noble español perteneciente a la Orden de Alcántara y descendiente de cruzados. No obstante tan ilustre estirpe por el lado paterno, Martín fue aceptado solamente como un “donado”, y fue asignado los oficios más bajos y humillantes. (Ibid.) Por su parte, Mons. Romero no enfrentó un mal trato racial, sino que ideológico. Fue acusado afuera y hasta adentro de la Iglesia de tendencias marxistas, de fomentar el odio de las clases, de hasta de agitar a la violencia, pese a su insistencia de que solo lo motivaba “la violencia del amor”. (Hom. 27 de nov. de 1977.) La voluntad de permanecer al lado de los pobres y marginados bajo esas adversas circunstancias abona la santidad de los dos hombres. San Martín tomó su opción, asumiendo el rol de “hermano y enfermero de todos, singularmente de los más pobres”. (ACIPrensa.) “Proporcionaba comida, vestidos y medicinas a los débiles”, nos dice Juan XXIII, “favorecía con todas sus fuerzas a los campesinos, a los negros y a los mestizos que en aquel tiempo desempeñaban los más bajos oficios, de tal manera que fue llamado por la voz popular Martín de la Caridad”. (Homilía, supra.) Por supuesto, Mons. Romero asumió también un rol protagónico a favor de los más pobres.
Si bien el oficialismo demoró bastante en canonizar a San Martín de Porres, la aceptación a nivel popular ha sido inmediata por toda la América Latina desde que la devoción ha sido promovida por la Iglesia. De hecho, el santo peruano ha tenido mayor aceptación en El Salvador, donde las Obras Fray Martín de Porres fueron fundadas en 1956—aún antes de su canonización—con el fin de ayudar espiritual y materialmente a las personas más necesitadas del área de San Salvador. Los coordinadores de las Obras consideran a San Martín “uno de los santos más conocidos y venerados en el país”. (Sitio web de las OFM.) Y el mismo Mons. Romero constató la “forma típica” en que la fiesta de San Martín de Porres se celebra en El Salvador: “muchos niños vestidos de Fray Martín, como dominicos con su escobita y muchas niñas, vestidas de Santa Rosa de Lima -qué cosa más simpática- habían preparado una confirmación de jóvenes, junto con el P. Roberto, las Hermanas Religiosas Dominicas y las Religiosas Belgas”. (Hom. 5 de nov. de 1978.) Su imagen ha sido difundida masivamente por la cultura popular, en telenovelas, y hasta adaptado para un video musical de la cantante Madonna. Taraborrelli, Madonna: An Intimate Biography. Simon and Schuster, Nueva York (2002) pág. 173. Sin embargo, Mons. Romero insiste en que las insignias de la Iglesia, como San Martín, no pueden ser arrebatadas y que, lejos de las intrigas del mundo, “la Iglesia es esta comunidad, comunión de amor, comunión de fe, vida, esto es lo que quiere la Iglesia”, dice monseñor. (Hom., supra.)
Ahora hace falta reclamar la imagen de Mons. Romero como propiedad de la Iglesia que ha sido tomada por otras fuerzas y que es necesario regresar a su lugar propicio.
Hace 50 años Martín de Porres, hijo de una esclava liberta y un español, subía a los altares y se convertía en el primer santo mestizo de América. Aquel 6 de mayo de 1962, miles de fieles peruanos salieron a las calles para celebrar y honrar a uno de los santos más milagrosos y emblemáticos que estas tierras ha visto nacer.
Conociendo al santo de la escoba
No existe una imagen que nos indique a cabalidad cómo era Martín. Una escultura en madera hecha en el S XVIII, hallada por Aurelio Miró Quesada Sosa, es el documento gráfico más exacto para describir al santo.
En el momento que la escultura fue tallada Martín tenía 60 años. Pómulos altos, ojos redondos, cabello crespo y nariz un tanto elevada son los rasgos más saltantes del santo limeño.
Desde pequeño Martín amaba la naturaleza. Contemplaba con asombro los árboles y campos de cultivos de las haciendas limeñas. Tenía fascinación por observar cómo los productos del país crecían junto a los frutos traídos de España, como las cañas dulces y las espigas de trigo.
Cuando ingresa al convento dominico de Nuestra Señora del Rosario se dedica a cuidar y cultivar los jardines. Incluso viajaba a una hacienda que los padres dominicos tenían en Limatambo. El paisaje mestizo combinaba la belleza de las montañas con el olor a mar. Allí podía sembrar, caminar, rezar y curar sin que la vida agitada de nuestra joven capital lo perturbara.
Entre idas y venidas al campo y la ciudad es que ocurre una de las estampas más conocidas de San Martín: juntar a perro, gato y pericote alrededor de un solo plato. Sin embargo, este popular milagro no sería clave para su beatificación y posterior canonización.
Los milagros que lo consagraron como Santo
Para llegar a santo primero hay que ser nombrado beato. La Iglesia Católica encomienda a la Sagrada Congregación de Ritos evaluar al candidato quien para alcanzar la beatificación debe haber realizado dos milagros comprobados de acuerdo con los procesos apostólicos. En el caso de Martín de Porres se presentaron numerosos milagros, siendo los dos siguientes los más aceptados.
El primero fue el concedido a Elvira Moriano quien, según los médicos, perdería la visión del ojo derecho debido a una herida provocada cuando chocó contra una ventana. Un padre dominico le envió una reliquia de Fray Martín y le pidió se encomendara a él. A la mañana siguiente, su ojo estaba sano. Veinte testigos además del informe médico daban por verdadero el celestial hecho.
El segundo milagro comprobado fue el del niño Melchor Varanda, quien cayó del techo de su casa y se rompió el cráneo. Mientras los médicos daban por desahuciado al menor, la afligida madre clamaba la ayuda de Fray Martín. Al día siguiente, el pequeño se levantó como si nada hubiera pasado. Cinco personas corroboraron el hecho.
Para su canonización, la búsqueda de milagros traspasó nuestras fronteras. La Sagrada Congregación de Ritos aceptó dos casos ocurridos en Paraguay y España.
El primer milagro fue concedido en 1948 a Dorotea Caballero que había sido desahuciada por los médicos, pues no podía ser operada del estómago debido a su avanzada edad. Al encomendarse a Fray Martín sus males desaparecieron y logró vivir hasta los 91 años.
El segundo milagro lo recibió el niño Antonio Cabrera Pérez de cinco años, el cual tenía gangrena en la espalda y en el dedo pulgar del pie izquierdo así como severas lesiones vasculares. La mano milagrosa de Fray Martín se hizo sentir en 1958 cuando Antonio quedó completamente curado.
La ceremonia en el Vaticano
El largo camino hacia la santidad culminó un 6 de mayo de 1962, cuando el Papa Juan XXIII lo proclamó santo durante una ceremonia en la Basílica de San Pedro, frente a miles de fieles entre ellos Antonio Cabrera y una delegación peruana que ocupaba un lugar relevante en presencia del Santo Padre.
Entre los devotos había barberos italianos que consideraban a Martín su patrono, pues el santo ejerció este oficio durante su juventud.
Para Juan XXIII Fray Martín era “el ángel de Lima”. Resaltó que sus tres principales virtudes eran la humildad, la penitencia y la caridad. También lo nombró el Patrono de la Justicia Social.
Fiesta en todo el país
Al mediodía fue la hora señalada para celebrar la canonización de Fray Martín en todo el Perú.
La capital amaneció embanderada. Los limeños festejaron y reventaron cohetones y bombardas. El sonido de las campanas se confundía con el ruido de las salvas de artillería y de los aviones a chorro.
El acto central fue el desfile cívico en el que participaron los colegios Nuestra Señora de Guadalupe, Alfonso Ugarte, Juana Alarco de Dammert, Mercedes Cabello, Pedro A. Labarthe, entre otros. También se unieron al homenaje las Fuerzas Armadas, las bandas militares de música, funcionarios públicos e instituciones religiosas.
En la Basílica de Santo Domingo, miles de fieles desfilaron frente al Altar Mayor donde estaba la imagen de Fray Martín.
Las banderas flamearon en Cusco mientras se realizaban misas en honor al nuevo santo. En Arequipa se dio una salva de 21 cañonazos y las campanas de las iglesias no dejaban de repicar.
Los aviones surcaron los cielos chiclayanos, mientras que en Ica las organizaciones religiosas repartieron velitas que serían prendidas durante el homenaje. Las sirenas del puerto y de las fábricas se escuchaban en todo Chimbote.
San Martín de Porres desde la óptica de Aurelio Miró Quesada Sosa y Víctor Andrés Belaúnde
Durante una conferencia sobre “Martín de Porres en el Arte y el Folclor”, Aurelio Miró Quesada Sosa expresó: “Hay un nimbo que rodea su cabeza en los altares. Pero junto a él hay otra luz, hecha con sus prodigios, sus curaciones y sus gracias, que han llegado al afecto popular, tanto como a la imaginación de los artistas y que envuelve la historia de Martín en una aureola de leyenda”.
Para Víctor Andrés Belaúnde el santo de la escoba es: “Nuestro caudillo, nuestro símbolo, nuestro jefe porque es para nosotros el lugarteniente de Cristo”.
La herramienta de trabajo de San Martín es la escoba que es, en palabras de Belaúnde, “símbolo de limpieza, de diligencia: limpieza de nuestras conciencias, limpieza de nuestras conciencias, limpieza de nuestros hogares y limpieza de nuestra Patria.”
Su vida y milagros en la gran pantalla
En 1961 se estrena la película española “Fray Escoba” protagonizada por el actor cubano René Muñoz (1938-2000). Su elección como San Martín se da de manera casual cuando estaba tomando un café en España.
A pesar de que interpretó otros roles en el cine y la televisión e incluso desarrolló una carrera como guionista, René nunca pudo desligarse de la imagen del santo.
Un mes antes de la canonización René Muñoz visitó Lima para promocionar la película causando furor entre los miles de seguidores quienes estaban asombrados por el gran parecido con el santo limeño.
(Lili Córdova Tábori)
Su caridad universal le llevará a convertir el convento en hospital. Sabe que el amor es la ley suprema. De este modo, una tarde se encuentra en la plaza con un enfermo vestido de andrajos y devorado por la fiebre. Le carga sobre sus espaldas, le lleva al convento y le acuesta en la cama. Al ser reprendido por uno de los frailes
- ¿Cómo traéis a clausura enfermos?
El santo, con paciencia serena, contesta con sencillez:
- Los enfermos no tienen jamás clausura.
Un día por la noche encuentra un herido a quien le han clavado un puñal. Le acoge en su celda con la idea de trasladarle a casa de su hermana en cuanto mejore. El Provincial dominico le impone a Fray Martín una penitencia que cumple al pie de la letra. El Superior, sin embargo, enferma y requiere los cuidados del Santo:
- No tuve más remedio que imponerte esa penitencia.
Contesta Fray Martín:
- Perdone mi desatino, pues pensaba que la santa caridad debía tener las puertas abiertas.
Ante respuesta tan contundente y evangélica, el Provincial concluye:
- Bien está lo que hiciste. Desde este momento el convento será vuestro segundo hospital. Podéis traer a él cuantos enfermos queráis.
Su caridad con el prójimo nacía de la unión íntima con Jesús y con María. Comentan sus compañeros dominicos que recibía a Jesús Sacramentado "con muchas lágrimas y grandísima devoción", ocultándose de todos para "mejor poder alabar al Señor". Fray Martín rezaba en su celda, en la Iglesia, ante el Santísimo Sacramento, Virgen de los Santos, en los altares del templo, en las capillas y oratorio del convento. Oraba arrodillado y echado en cruz sobre el suelo. Así Juan Vázquez de Parra, amigo suyo, nos cuenta lo siguiente: “que una noche estando este testigo recogido como a horas de las once de la noche, poco más o menos, hubo un temblor muy recio, y recalándose este testigo de lo que podía resultar, se levantó de la cama en que estaba echado dado voces y llamando al dicho venerable fray Martín de Porras, al cual halló (en su celda) que estaba echado en el suelo boca abajo y puesto en cruz con un ladrillo en la boca y el rosario en la mano haciendo oración”. Además, sus mismos amigos decían que rezaba después de su trabajo en la enfermería. Realizó numerosas curaciones milagrosas. Una tarde, en que estaba cerrado el noviciado del convento, penetra en la celda de un Hermano enfermo, quien, sorprendido, le pregunta:
- ¿De dónde vienes pues nadie os ha llamado?
Impasible contesta:
- Oí que me llamaba tu necesidad y vine. Toma esta medicina y curarás.
Particular fue el aprecio por sus hermanos de raza. Cuando le tocaba acudir a la finca de Limatambo, a las afueras de Lima, se dedicaba a las labores propias de los esclavos negros: arar, sembrar, podar árboles, cuidar de los animales en los establos... A quien se lo hizo notar, le respondió:
- Los negros están cansados del duro trabajo diario y así no se me pasa el día sin hacer algo de provecho.
No nos extraña que se ganara el afecto de los esclavos morenos y de los indios pescadores de Chorrillos y de Surco, pues les servía como enfermero y les catequizaba como misionero. Ellos, por su parte, le obsequiaban con frutos de sus huertos y estipendios para Misas.
Más allá del mito y de la leyenda creada en torno al taumaturgo "santo de la escoba" hay que rescatar -como lo ha hecho magistralmente su biógrafo Dr. J.A.del Busto- su entrañable humanidad, la gran responsabilidad con la que vivió su vocación. Al respecto dirá su compañero Fray Juan de Barbarán que todo el tiempo que fue religioso "tocó a maitines y al alba", de forma tan vigilante que "enmendaba el reloj y tan perseverante que nunca dejó de oírse esta salva a la aurora". En su profesión de lavandero destacó por la pulcritud con que dejaba la ropa.
Entrañable fue su amistad con el también lego dominico san Juan Macías. Un testigo declaró: "Y por las Pascuas se iban los dos solos y se encerraban en un aposento que tenían en la huerta del centro de la Recolección de la Magdalena y allí tenían sus conversaciones espirituales y hacían sus penitencias".
Su otro gran amigo místico fue el también lego, aunque franciscano, Fray Juan Gómez, popularizado por Ricardo Palma en una de sus tradiciones en que señala haber convertido un arácnido venenoso en una joya: el alacrán de fray Gómez.
San Martín de Porres, Patrono de la Justicia Social, murió el 3 de noviembre de 1639, dejando a Lima -desde el virrey y arzobispo hasta el último excluido social- consternada. Fue beatificado por el Papa Gregorio XVI en 1837 y canonizado hace 50 años en 1962. Martín de Porres proclamado protector y patrón de las obras de justicia social. 3 de noviembre 1939, por el presidente de la república Oscar R. Benavides. La Santa Sede declara a Fray Martín de Porres, Patrono de las obras de Justicia Social en el Perú el 10 de Enero de 1945 el Sumo Pontífice Pío XII.
2. Santo del Concilio Vaticano II
Una de las grandes alegrías del Papa Bueno, Beato Juan XXIII, en pleno Concilio Vaticano II, fue la canonización de San Martín de Porres el 6 de mayo de 1962. Ni qué decir que Lima repicó las campanas de alegría infinita por tamaña noticia. A la vez era proclamado patrono universal de la justicia social:
Martín nos demuestra, con el ejemplo de su vida, que podemos llegar a la salvación y a la santidad por el camino que nos enseñó Cristo Jesús: a saber, si, en primer lugar, amamos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todo nuestro ser; y si, en segundo lugar, amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Él sabía que Cristo Jesús padeció por nosotros y, cegado con nuestros pecados, subió al leño, y por esto tuvo un amor especial a Jesús crucificado, de tal modo que, al contemplar sus atroces sufrimientos, no podía evitar el derramar abundantes lágrimas.
Tuvo también una singular devoción al santísimo sacramento de la eucaristía, al que dedicaba con frecuencia largas horas de oculta adoración ante el sagrario, deseando nutrirse de él con la máxima frecuencia que le era posible.
Además, san Martín, obedeciendo el mandato del divino Maestro, se ejercitaba intensamente en la caridad para con sus hermanos, caridad que era fruto de su fe íntegra y de su humildad. Amaba a sus prójimos, porque los consideraba verdaderos hijos de Dios y hermanos suyos; y los amaba aún más que a sí mismo, ya que, por su humildad, los tenía a todos por más justos y perfectos que él.
Disculpaba los errores de los demás; perdonaba las más graves injurias, pues estaba convencido que era mucho más lo que merecía por sus pecados; ponía todo su empeño en retornar al buen camino a los pecadores; socorría con amor a los enfermos; procuraba comida, vestido y medicinas a los pobres; en la medida que le era posible, ayudaba a los agricultores y a los negros y mulatos, que, por aquel tiempo, eran tratados como esclavos de la más baja condición, lo que le valió, por parte del pueblo, el apelativo de «Martín de la caridad».
Este santo varón, que con sus palabras, ejemplos y virtudes impulsó a sus prójimos a una vida de piedad, también ahora goza de un poder admirable para elevar nuestras mentes a las cosas celestiales. No todos, por desgracia, son capaces de comprender estos bienes sobrenaturales, no todos los aprecian como es debido, al contrario, son muchos los que, enredados en sus vicios, los menosprecian, los desdeñan o los olvidan completamente. Ojalá que el ejemplo de Martín enseñe a muchos la dulzura y felicidad que se encuentra en el seguimiento de Jesucristo y en la sumisión a sus divinos mandatos.
3. Celebremos los 50 años de su canonización
Con toda razón, se ha creado una comisión para solicitar del Gobierno que declare 2012 “el cincuentenario de la canonización de San Martín”. En la larga lista de títulos martinianos se esgrime:
Se han escrito más de un centenar de libros a su respecto, de los más diversos autores: religiosos, historiadores, literatos, médicos y políticos. Son incalculables sus ediciones y reediciones en diversas lenguas: español, latín, inglés, francés, italiano, alemán, polaco, vietnamita y chino. Y miles de libros más en los que figuran capítulos enteros sobre él o hacen alguna mención destacada. Existen importantes hospitales que llevan su nombre, fuera del Perú, en Filipinas, Taiwán, India, Ghana y Camerún. Así como en México, Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile y Argentina. Una universidad peruana y un distrito limeño llevan su nombre.
Mediante la Ley 25125, del 17 de noviembre de 1989, San Martín de Porres fue proclamado Patrono Internacional de la Paz. Cientos de asociaciones, albergues, boticas, clínicas, hermandades, comercios, colegios, transportistas, se disputan su nombre. Hay templos dedicados a San Martín de Porres en el mundo entero. El humilde fraile dominico del siglo XVII, ostenta diversos otros patronazgos: Patrono de la justicia social en el Perú. Patrón de los enfermos Patrón de los barberos Patrón de los barrenderos Patrón de los químicos farmacéuticos del Perú. Patrón de la sanidad de las fuerzas policiales del Perú. Patrón de los trabajadores municipales del Perú. Protector de los pobres Hay películas de cine, telenovelas, radionovelas y piezas de teatro, que abordan su vida. El pianista estadounidense Mary Lou Williams y Jazzkomponistin compuso en su honor la obra Cristo Negro de los Andes. Y hasta un cementerio en Texas, Estados Unidos, lleva su nombre
El reciente libro del P. Ángel Peña sobre San Martín rescata sus carismas que eran la admiración de cuantos lo conocían. Por su don de sutileza, pasaba a través de las paredes y puertas cerradas; gracias al don de bilocación estaba, a la vez, en lugares lejanos; el don de la agilidad le sirvió para trasladarse en un instante a sitios distantes; tenía el don de luces y resplandores sobrenaturales; el del perfume sobrenatural, discernimiento de espíritus, conocimiento de cosas ocultas y, muy en especial, el don curación. Pero lo importante era su cotidianidad, el día a día. Era muy humilde y servicial con todos. Y a todos atendía como enfermero de la Comunidad, preocupándose especialmente de los pobres (españoles, indios o negros), a quienes sanaba y daba limosnas. Pero también era caritativo, curando a los animales enfermos, que traía de la calle al convento. Los animales le obedecían y él consiguió que, en distintas ocasiones, “juntar en un plato, perro, pericote y gato”. Fray Martín era el médico de Dios para todos. Y todos lo querían, desde las más altas autoridades hasta los más pobres de los pobres. Por eso, -como muy bien escribe el P. Peña- “nosotros debemos sentirnos orgullosos de este hermano nuestro que nos espera en el cielo y a quien podemos acudir en todas nuestras necesidades del cuerpo y del alma, sabiendo que nos atenderá con humildad, caridad y alegría, como lo hacía siempre”.
Lima cuenta con un distrito en Lima Norte y una parroquia en el cercano distrito de Independencia y que se fundó como la Parroquia Beato San Martín de Porres, la primera en el mundo de llevar el nombre de San Martín de Porres[1], que era beato en aquel entonces. Los sacerdotes se dedicaron también –además de la construcción del santuario- a visitar a todas las familias del Barrio Obrero, a las escuelas nacionales para la preparación sacramental y las visitas a las haciendas que tenían su propia capilla. La construcción del Santuario dedicado a San Martín de Porres contó con el apoyo de toda la población a través de quermeses, rifas, etc. Contaron con la ayuda del Arquitecto Ortiz de Zevallos[2] gracias a que el Padre José Murphy se entrevistara con el Rector de la Universidad de Ingeniería, el Arquitecto Fernando Belaúnde Terry.
José Antonio Benito
4. Anexo: El libro de José Antonio del Busto Duthurburo sobre San Martín de Porras
DEL BUSTO, José A. San Martín de Porras. Lima, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú 2006, 3ª edición pp. 388
Más allá del mito y de la leyenda creada en torno al taumaturgo "santo de la escoba" hay que rescatar -como lo ha hecho magistralmente su biógrafo Dr. J. A. del Busto- su entrañable humanidad, la gran responsabilidad con la que vivió su vocación. Al respecto dirá su compañero Fray Juan de Barbarán que todo el tiempo que fue religioso "tocó a maitines y al alba", de forma tan vigilante que "enmendaba el relox y tan perseverante que nunca dejó de oírse esta salva a la aurora". En su profesión de lavandero destacó por la pulcritud con que dejaba la ropa.
El autor delinea con precisión el contexto limeño y el pensamiento de la época -“crepúsculo quinientista y el amanecer barroco- para presentarnos a un Martín de Porras creíble por el realismo del personaje: “Martín de Porras Velásquez, gentilhombre de escoba, barbero sangrador, mulato socarrón, flor de Malmbo” p.27. A pesar del gran aparato de notas documentales, la lectura cautiva por su magia narrativa. Imprescindible para conocer el auténtico hombre y santo dominico.
La fuente principal es el proceso de beatificación y del mismo los tstigos que vieron, conocieron y trataron a Fray Martín, dejando para un segundo lugar a los que sólo oyeron hablar de él y se acogen a lo que fue público y notorio. El autor lo somete al método de la contraposición y del análisis, para deslindar errores, fraudes, fantasías.
El Dr. del Busto presenta siempre a las claras su modo de hacer historia: “Saberse trasladar al pasado como primera actitud del historiado con el fin de reconstruir “el pasado como pasado, tal como fue y no como creemos que fue, tal como sucedió y no como quiséramos que hubiese sucedido” p.13
El resultado: “Hoy hemos reconstruido su vida y nos ha dejado satisfechos. Lo hemos sacado del mito y de la leyenda, de latradición y de la sensiblería porpular para ubicarlo en el terreno histórico y darnos en definitiva como el hombre. Podemos decir que lo hemos llegado a conocer como personaje histórico y concuilos que en la Lima de ese entonces, ciudad entre beata y pecadora, urbe de embrujos y milagros que en todo veía la mano de Dios o las uñas del diablo, vivió un hombre santo. Era limeño, bastardo, mulato y donado, y su vida fue tan virtuosamente llevada que resulta explicable que la gente empezara a mirarlo como un logrado caso de santidad” p.14
Para Dios no hay profesiones indignas, sino indignos profesionales. Los hombres se fijan en las apariencias, el color de la piel, la estatura, el dinero, el vestido...pero Dios sólo mira al corazón. Nuestro Fray Escoba fue un marginado de su tiempo, el siglo XVI. Era hijo "ilegítimo" del español Juan de Porres y de Ana Velázquez, mujer negra descendiente de esclavos africanos. Al ser mulato y pobre le tocó sufrir en más de una ocasión el menosprecio de la sociedad. Sin embargo, su madre le descubrió el evangelio de Jesús: "El que se humilla será ensalzado". A Fray Martín no le importó ser "simple" lego o donado de la orden de Santo Domingo, sin poder ser sacerdote; tampoco tuvo a mal el estar continuamente sirviendo a los demás, ir de un lado para otro con la escoba, atender a los enfermos, a los mendigos... Dios se sirvió de su persona para unir las razas, para hermanar a los ricos con los pobres...y a todos los hombres con Dios.
Para Dios no hay profesiones indignas, sino indignos profesionales. Los hombres se fijan en las apariencias, el color de la piel, la estatura, el dinero, el vestido...pero Dios sólo mira al corazón. Nuestro Fray Escoba fue un marginado de su tiempo, el siglo XVI. Era hijo "ilegítimo" del español Juan de Porres y de Ana Velázquez, mujer negra descendiente de esclavos africanos. Al ser mulato y pobre le tocó sufrir en más de una ocasión el menosprecio de la sociedad. Sin embargo, su madre le descubrió el evangelio de Jesús: "El que se humilla será ensalzado". A Fray Martín no le importó ser "simple" lego o donado de la orden de Santo Domingo, sin poder ser sacerdote; tampoco tuvo a mal el estar continuamente sirviendo a los demás, ir de un lado para otro con la escoba, atender a los enfermos, a los mendigos... Dios se sirvió de su persona para unir las razas, para hermanar a los ricos con los pobres...y a todos los hombres con Dios.
Nació en Lima, Perú, en 1579. El autor resalta las fiestas de san Marcelo con corridas de otos; la presencia de Drake en El Callo. El santo mulato fue bautizado en la iglesia de San Sebastián, en la misma pila y por el mismo párroco que había bautizado a Santa Rosa de Lima. Martín vivió con su madre, quien le educó en la solidaridad con los pobres y enfermos; de este modo, siempre que iba a la tienda, empleaba parte de la plata en socorrer al primer necesitado que encontraba. En la iglesia de Santo Domingo o del Rosario se veía frecuentemente a Ana con su Martín y con la segunda hija, Juana; especialmente gozaban con la vista de los crucifijos y los iconos de la Virgen.
Su padre Juan, al volver de Guayaquil, legaliza su situación reconociendo oficialmente a sus dos hijos, aunque no llega a desposarse. A los dos lleva a Ecuador para ser educados con un preceptor. Martín, a sus trece años, aprende castellano, aritmética y caligrafía. Tras dos años de estancia en la ciudad portuaria de Guayaquil, deja a su hija con su tío Santiago y se lleva a Martín a Lima.
A los quince años es confirmado por Santo Toribio Mogrovejo. Por esta fecha trabaja en la tienda de Mateo Pastor, negociante en especies y en hierbas medicinales. Posteriormente aprendió el oficio de barbero-sangrador con Marcelo de Ribera, a quien ayuda a sangrar heridas, aliviar dolores, aplicar hierbas y emplastos.
Desde niño dio muestras de su profundo amor por Dios. Al mismo tiempo su amor al prójimo lo condujo a ayudar a todos, aun en las tareas más humildes. A los 15 años ingresó como donado al convento de Santo Domingo en Lima y en 1603 hizo la profesión como hermano lego. Los superiores de San Martín, pronto advirtieron sus cualidades y caridad por ello le confiaron, junto a otros oficios, el de enfermero. Sus habilidades y el ardor con que cuidaba a los enfermos atrajo incluso a los religiosos de otras comunidades que llegaban a Lima sólo para atenderse con el santo. San Martín fue muchas veces despreciado y humillado, por ser mulato, pero nunca se rebeló contra los insultos que le inferían. Su abnegación, su modestia y la paz que irradiaba impresionaban a cuántos conocía. En la enfermería y en la portería del convento del Rosario (Santo Domingo) atendía con acogedora bondad y amor a los pobres y enfermos. Si a todos los dolientes trataba exquisitamente, a sus hermanos religiosos los servía de rodillas. J.A. Suardo en su “Diario” registra las enfermedades.
Su caridad universal le llevará a convertir el convento en hospital. Sabe que el amor es la ley suprema. De este modo, una tarde se encuentra en la plaza con un enfermo vestido de andrajos y devorado por la fiebre. Le carga sobre sus espaldas, le lleva al convento y le acuesta en la cama. Al ser reprendido por uno de los frailes:
- Los enfermos no tienen jamás clausura.
Un día por la noche encuentra un herido a quien le han clavado un puñal. Le acoge en su celda con la idea de trasladarle a casa de su hermana en cuanto mejore. El Provincial dominico le impone a Fray Martín una penitencia que cumple al pie de la letra. El Superior, sin embargo, enferma y requiere los cuidados del Santo:
- No tuve más remedio que imponerte esa penitencia.
Contesta Fray Martín:
- Perdone mi desatino, pues pensaba que la santa caridad debía tener las puertas abiertas.
Ante respuesta tan contundente y evangélica, el Provincial concluye:
- Bien está lo que hiciste. Desde este momento el convento será vuestro segundo hospital. Podéis traer a él cuantos enfermos queráis.
Su caridad con el prójimo nacía de la unión íntima con Jesús y con María. Comentan sus compañeros dominicos que recibía a Jesús Sacramentado "con muchas lágrimas y grandísima devoción", ocultándose de todos para "mejor poder alabar al Señor".Fray Martín, rezaba en su celda, en la Iglesia, ante el Santísimo Sacramento, Virgen de los Santos, en los altares del templo, en las capillas y oratorio del convento. Oraba arrodillado y echado en cruz sobre el suelo. Así Juan Vázquez de Parra, amigo suyo, nos cuenta lo siguiente: “que una noche estando este testigo recogido como a horas de las once de la noche, poco más o menos, hubo un temblor muy recio, y recalándose este testigo de lo que podía resultar, se levantó de la cama en que estaba echado dado voces y llamando al dicho venerable fray Martín de Porras, al cual halló (en su celda) que estaba echado en el suelo boca abajo y puesto en cruz con un ladrillo en la boca y el rosario en la mano haciendo oración”. Además sus mismos amigos decían que rezaba después de su trabajo en la enfermería. Como dice el Dr. del Busto “no deseaba ser santo; habría sido vanidad pretenderlo…Él no quería ser santo, sólo rezar y trabajar, servir a Dios y hacerse bueno”.
Realizó numerosas curaciones milagrosas. Una tarde, en que estaba cerrado el noviciado del convento, penetra en la celda de un Hermano enfermo, quien, sorprendido, le pregunta:
- ¿De dónde vienes pues nadie os ha llamado?
Impasible contesta:
- Oí que me llamaba tu necesidad y vine. Toma esta medicina y curarás.
Particular fue el aprecio por sus hermanos de raza. Cuando le tocaba acudir a la finca de Limatambo, a las afueras de Lima, se dedicaba a las labores propias de los esclavos negros: arar, sembrar, podar árboles, cuidar de los animales en los establos... A quien se lo hizo notar, le respondió:
Los negros están cansados del duro trabajo diario y así no se me pasa el día sin hacer algo de provecho.
No nos extraña que se ganar el afecto de los esclavos morenos y de los indios pescadores de Chorrillos y de Surco, pues les servía como enfermero y les catequizaba como misionero. Ellos, por su parte, le obsequiaban con frutos de sus huertos y estipendios para Misas. Tuvo como ayudante un esclavo negro, Antón Cocolí.
Entrañable fue su amistad con el también lego dominico san Juan Macías. Un testigo declaró: "Y por las Pascuas se iban los dos solos y se encerraban en un aposento que tenían en la huerta del centro de la Recolección de la Magdalena y allí tenían sus conversaciones espirituales y hacían sus penitencias".
Su otro gran amigo místico fue el también lego, aunque franciscano, Fray Juan Gómez, popularizado por Ricardo Palma en una de sus tradiciones en que señala haber convertido un arácnido venenoso en una joya: el alacrán de fray Gómez.
San Martín de Porres, Patrono de la Justicia Social, murió el 3 de noviembre de 1639, dejando a Lima -desde el virrey y arzobispo hasta el último excluido social- consternada. Fue beatificado por el Papa Gregorio XVI en 1837 y canonizado por Juan XXIII el 6 de mayo de 1962.
Notas 109: San Martín de Porras responde perfectamente al lugar y momento en que le correspondió vivir. Pero, al lado de los dema´s santos de la capital peruana, siempre resultará un caso original, distinto, único. Y esto, sencillamente, porque no hay otro santo que sea, simult`´aneamente, bastardo, mulato, donado y limeño pp.380-
Notas 111: Aparte de Jerusalén y Roma creemos ue no existe otra urbe en el mundo que los haya tenido tan numerosos al mismo tiempo. Fueron 60 años de gran cosecha para el santoral. Por eso escribirá alrededor de 1630 Fray Buenaventura de Salinas y Córdoba “que la mayor nobleza que tiene esta Ciudad son los Santos que la ilustran” (Discurso II, cap.VII (V), p.244). Añadiendo que la santidad es una miel que se recoge ne las flores y Órdenes Religiosas, dando a entender que cada convento es unacolmena y cada recoleta un panal.
Notas 109: San Martín de Porras responde perfectamente al lugar y momento en que le correspondió vivir. Pero, al lado de los dema´s santos de la capital peruana, siempre resultará un caso original, distinto, único. Y esto, sencillamente, porque no hay otro santo que sea, simult`´aneamente, bastardo, mulato, donado y limeño pp.380-
Notas 111: Aparte de Jerusalén y Roma creemos ue no existe otra urbe en el mundo que los haya tenido tan numerosos al mismo tiempo. Fueron 60 años de gran cosecha para el santoral. Por eso escribirá alrededor de 1630 Fray Buenaventura de Salinas y Córdoba “que la mayor nobleza que tiene esta Ciudad son los Santos que la ilustran” (Discurso II, cap.VII (V), p.244). Añadiendo que la santidad es una miel que se recoge ne las flores y Órdenes Religiosas, dando a entender que cada convento es unacolmena y cada recoleta un panal.
José Antonio Benito
Universidad Católica Sedes Sapientiae
[1] En Irlanda, por los años 40´ habían una gran devoción por el “Santo de la Escoba”, de ahí que eligieran el nombre para su primera Parroquia en el Perú. Pero por disposición de Roma las Iglesias tenían que tener nombres de santos y no de beatos; es así que los Columbanos insistieron al Cardenal Guevara para que los apoyara. El Cardenal escribió una carta a Roma pidiendo el permiso de excepción, los que aceptaron.
[2] En ese entonces Rector de la Facultad de Arquitectura de la UNI, quien aceptó con gusto sin cobrar un solo centavo elaborar el diseño y los planos del Primer Templo Nacional en honor del Beato Fray Martín de Porres (Ibíd. Quinta Cuadrilla de la Cofradía de Caballeros de San Martín de Porras, por sus 38 aniversarios…)
Poema a San Martin de Porres
que llevaste una vida de obediencia
no cesaste jamás en dar audiencia
a quien más la hubo necesitado.
Al reo, al hambriento, al postrado
tus manos socorrieron con amor
porque tú comprendiste su dolor
y actuando a costa de tu sacrificio
hiciste del auxilio un oficio
convirtiéndote en el santo protector.
Tu santidad, Martín, pasó de nuestro suelo
y son muchos tus milagros y testimonios
de que corriste a un trío de demonios
llamados hambre, enfermedad y desconsuelo.
Tuviste para los animales un gran celo
quedando sometidos a tu mandato
y es así que perro, pericote
y gato de ser tradicionales enemigos
tu voz los convirtió en amigos
y los hizo comer del mismo plato.
© 1986 Luis Bárcena Giménez
Poemario “Canto Peruano” 1988
San Martín de Porres
Monday, May 07, 2012
MONS. ROMERO y SAN MARTÍN DE PORRES
Si bien es cierto que Mons. Óscar Romero y San Martín de Porres (1579-1639) coinciden en el amor por los pobres, a primera vista pareciera que sus modus operandi son totalmente contrarios. Mons. Romero denunciaba el atropello sistemático a los derechos de los pobres, mientras que el Santo de la Escoba “nunca planteó reivindicaciones sociales ni políticas” y se limitó a practicar la caridad de manera particular. (Juan XXIII canonizó a Martín de Porres, Diario La Primera, 10 de Febrero del 2012.) Los seguidores de Fray Martín cuentan que curaba a enfermos, levitaba, poseía dones de bilocación y clarividencia, y hasta hablaba con los animales, mientras que los seguidores de Mons. Romero advierten que no se trata de un “santo ‘milagrero’.” (Sobrino, El seguimiento de Monseñor Romero, Proceso, 9 de febrero de 2005.) En fin, parecería que es como el comparar el día y la noche.
La primera indirecta de que podría haber una mayor comunalidad entre los dos surge en las palabras pronunciadas por el Beato Juan XXIII durante la canonización del venerado santo mulato hace cincuenta años. “Hay que tener también en cuenta”—dijo el pontífice—de que el Fray Martín, “siguió caminos, que podemos juzgar ciertamente nuevos en aquellos tiempos, y que pueden considerarse como anticipados a nuestros días”. (Homilía de Canonización, domingo 6 de mayo de 1962.) El papa Pío XII lo declaró Patrono de la Doctrina Social y el mismo Mons. Romero predicaba que, “el mensaje de San Martín”, es que “no son las posiciones altas, privilegiadas, las que atraen las bendiciones mejores del Señor, sino las almas humildes que ... saben hacer de su escoba, de sus quehaceres más humildes o grandes, el instrumento de su santificación”. (Hom. 6 de nov. de 1977.)
De hecho, solo para poder ingresar a la orden de los dominicos como hermano pleno, el Fray Martín tuvo que romper esquemas: su origen racial y estado de hijo ilegitimo era un fuerte impedimento en aquella sociedad tan rígidamente ordenada. Es más: “A pesar de la biografía ejemplar del mulato Martín de Porres, convertido en devoción fundamental de mulatos, indios y negros, la sociedad colonial no lo llevaría a los altares”. (La Primera, supra.) Pasarían 198 años antes de su beatificación y 323 antes de su canonización, que no se dio hasta los tiempos del Concilio Vaticano Segundo y del movimiento de derechos civiles para los Negros en Estados Unidos. (Orsini. Esa larga espera bien pudiera sernos instructiva a los seguidores de Mons. Romero para que seamos más comprensivos con estos procesos.) El papa Juan retomó el hecho al declararlo santo: “juzgamos muy oportuno el que este año en que se ha de celebrar el Concilio, sea enumerado entre los santos Martín de Porres”. (Homilía, supra.)
La relevancia de San Martín no se limita ni a los siglos de la Colonia como tampoco a aquella época conciliar, sino que sigue vigente para nuestros tiempos. En el marco del 50 aniversario de su canonización, el Papa Benedicto XVI pide “que interceda por los trabajos de la nueva evangelización”. (Oración «Regina Cæli», 6 de mayo del 2012.) El mismo pontífice también elogió la labor de Mons. Romero en la evangelización cuando habló del estímulo a los sentimientos religiosos del pueblo que el mensaje cristiano haya sido “predicado también con fervor por pastores llenos de amor de Dios, como Mons. Óscar Arnulfo Romero”. (Discurso a los Obispos Salvadoreños, 28 de febrero de 2008.) Cuando este “amor de Dios” fue puesto a prueba, tanto Mons. Romero como San Martín de Porres respondieron en voz clara y sin ambigüedades. Ya sabemos que Mons. Romero hablo de manera profética, pero ¿qué de San Martín? Al ser acusado por desobediencia cuando desafió la prohibición de sus superiores de abrir un nuevo albergue para enfermos por peligro de contagio, el fraile mulato supo responder, “contra la caridad no hay precepto, ni siquiera el de la obediencia”. (Vicaría "San Martín de Porres".)
Tanto Mons. Romero como San Martín encontraron el rechazo y la humillación, tristemente en su propia Iglesia. El fraile mulato “perdonaba duras injurias”, nos dice el Papa Juan. (Homilía, supra.) Otros autores detallan cuan duras: en una ocasión, un religioso lo llamó un “perro mulato” en presencia de otros. (Vicaría, Op. Cit.) Tal era la discriminación racial de aquella época que nadie cuestionó el rechazo del novato Martín cuando trató de inscribirse en la orden de Santo Domingo, pese a que su padre, Juan de Porres, era un noble español perteneciente a la Orden de Alcántara y descendiente de cruzados. No obstante tan ilustre estirpe por el lado paterno, Martín fue aceptado solamente como un “donado”, y fue asignado los oficios más bajos y humillantes. (Ibid.) Por su parte, Mons. Romero no enfrentó un mal trato racial, sino que ideológico. Fue acusado afuera y hasta adentro de la Iglesia de tendencias marxistas, de fomentar el odio de las clases, de hasta de agitar a la violencia, pese a su insistencia de que solo lo motivaba “la violencia del amor”. (Hom. 27 de nov. de 1977.) La voluntad de permanecer al lado de los pobres y marginados bajo esas adversas circunstancias abona la santidad de los dos hombres. San Martín tomó su opción, asumiendo el rol de “hermano y enfermero de todos, singularmente de los más pobres”. (ACIPrensa.) “Proporcionaba comida, vestidos y medicinas a los débiles”, nos dice Juan XXIII, “favorecía con todas sus fuerzas a los campesinos, a los negros y a los mestizos que en aquel tiempo desempeñaban los más bajos oficios, de tal manera que fue llamado por la voz popular Martín de la Caridad”. (Homilía, supra.) Por supuesto, Mons. Romero asumió también un rol protagónico a favor de los más pobres.
Si bien el oficialismo demoró bastante en canonizar a San Martín de Porres, la aceptación a nivel popular ha sido inmediata por toda la América Latina desde que la devoción ha sido promovida por la Iglesia. De hecho, el santo peruano ha tenido mayor aceptación en El Salvador, donde las Obras Fray Martín de Porres fueron fundadas en 1956—aún antes de su canonización—con el fin de ayudar espiritual y materialmente a las personas más necesitadas del área de San Salvador. Los coordinadores de las Obras consideran a San Martín “uno de los santos más conocidos y venerados en el país”. (Sitio web de las OFM.) Y el mismo Mons. Romero constató la “forma típica” en que la fiesta de San Martín de Porres se celebra en El Salvador: “muchos niños vestidos de Fray Martín, como dominicos con su escobita y muchas niñas, vestidas de Santa Rosa de Lima -qué cosa más simpática- habían preparado una confirmación de jóvenes, junto con el P. Roberto, las Hermanas Religiosas Dominicas y las Religiosas Belgas”. (Hom. 5 de nov. de 1978.) Su imagen ha sido difundida masivamente por la cultura popular, en telenovelas, y hasta adaptado para un video musical de la cantante Madonna. Taraborrelli, Madonna: An Intimate Biography. Simon and Schuster, Nueva York (2002) pág. 173. Sin embargo, Mons. Romero insiste en que las insignias de la Iglesia, como San Martín, no pueden ser arrebatadas y que, lejos de las intrigas del mundo, “la Iglesia es esta comunidad, comunión de amor, comunión de fe, vida, esto es lo que quiere la Iglesia”, dice monseñor. (Hom., supra.)
Ahora hace falta reclamar la imagen de Mons. Romero como propiedad de la Iglesia que ha sido tomada por otras fuerzas y que es necesario regresar a su lugar propicio.
Martín de Porres: el más humilde de los santos
Hace 50 años Martín de Porres, hijo de una esclava liberta y un español, subía a los altares y se convertía en el primer santo mestizo de América. Aquel 6 de mayo de 1962, miles de fieles peruanos salieron a las calles para celebrar y honrar a uno de los santos más milagrosos y emblemáticos que estas tierras ha visto nacer.
Conociendo al santo de la escoba
No existe una imagen que nos indique a cabalidad cómo era Martín. Una escultura en madera hecha en el S XVIII, hallada por Aurelio Miró Quesada Sosa, es el documento gráfico más exacto para describir al santo.
En el momento que la escultura fue tallada Martín tenía 60 años. Pómulos altos, ojos redondos, cabello crespo y nariz un tanto elevada son los rasgos más saltantes del santo limeño.
Cuando ingresa al convento dominico de Nuestra Señora del Rosario se dedica a cuidar y cultivar los jardines. Incluso viajaba a una hacienda que los padres dominicos tenían en Limatambo. El paisaje mestizo combinaba la belleza de las montañas con el olor a mar. Allí podía sembrar, caminar, rezar y curar sin que la vida agitada de nuestra joven capital lo perturbara.
La ceremonia en el Vaticano
Un mes antes de la canonización René Muñoz visitó Lima para promocionar la película causando furor entre los miles de seguidores quienes estaban asombrados por el gran parecido con el santo limeño.
Fotos: Archivo Histórico El Comercio
Juan XXIII canonizó a Martín de Porres
El Papa Juan XXIII que sentía una verdadera devoción por Martín de Porres, lo canoniza el 6 de mayo de 1962 con las siguientes palabras: “Martín excusaba las faltas de otro. Perdonó las más amargas injurias, convencido de que el merecía mayores castigos por sus pecados. Procuró de todo corazón animar a los acomplejados por las propias culpas, confortó a los enfermos, proveía de ropas, alimentos y medicinas a los pobres, ayudo a campesinos, a negros y mulatos tenidos entonces como esclavos. La gente le llama Martín, el bueno”.
San Martín de Porres y Velásquez (* Lima, 9 de diciembre de 1579 – † Lima, 3 de noviembre de 1639) fue un santo peruano de la orden de los dominicos. Fue el primer santo negro de América y es Patrón universal de la paz. Es conocido también como el Santo de la escoba por ser representado con una escoba en la mano como símbolo de su humildad.
Biografía
Martín fue hijo de un español de la Orden de Alcántara, Juan de Porres natural de Burgos y de una negra liberta, Ana Velázquez, natural de Panamá que residía en Lima.
Martín inició su aprendizaje de boticario en la casa de Mateo Pastor, quien se casaría con la hija de su tutora. Esta experiencia sería clave para Martín, conocido luego como gran herbolario y curador de enfermos. También fue aprendiz de barbero, oficio que conllevaba conocimientos de cirugía menor.
En 1594 y por la invitación de fray Juan de Lorenzana, entró en la Orden de Santo Domingo de Guzmán bajo la categoría de “donado”, es decir, como terciario por ser hijo ilegítimo (recibía alojamiento y se ocupaba en muchos trabajos como criado). Así vivió nueve años. Fue admitido como hermano de la orden en 1603 y en 1606 profesó los votos de pobreza, castidad y obediencia
En el convento, Martín ejerció también como barbero, ropero, sangrador y sacamuelas. La vida en el convento estaba regida por la obediencia a sus superiores, pero en el caso de Martín la condición racial también era determinante. Aunque frecuentaba a la gente negra y a castas, nunca planteó reivindicaciones sociales ni políticas; se dedicó únicamente a practicar la caridad, que hizo extensiva a otros grupos étnicos. Sus contemporáneos señalan su semblante siempre alegre y risueño.
De todas las virtudes que poseía Martín sobresalía la humildad, siempre puso a los demás por delante de sus propias necesidades.
Ejerció constantemente su vocación pastoral y misionera; fundó el Asilo y Escuela de Santa Cruz para reunir a todos los vagos, huérfanos y limosneros y ayudarles a salir de su penosa situación.
El futuro santo fue frugal, abstinente y vegetariano. Usó siempre un simple hábito de cordellate blanco con una capa larga de color negro. Alguna vez que el Prior lo obligó a recibir un hábito nuevo y otro fraile lo felicitó, Martín, risueño, le respondió: “con éste me han de enterrar” y efectivamente, así fue. Beatificación y canonización.
A pesar de la biografía ejemplar del mulato Martín de Porres, convertido en devoción fundamental de mulatos, indios y negros, la sociedad colonial no lo llevaría a los altares. Su proceso de beatificación hubo de durar hasta 1837 cuando fue beatificado por el Papa Gregorio XVI, franqueando las barreras de una anticuada y prejuiciosa mentalidad.
Su festividad en el santoral católico se celebra el 3 de noviembre, fecha de su fallecimiento. En diversas ciudades de Perú se efectúan fiestas patronales en su nombre y procesiones de su imagen ese día, siendo la procesión principal la que parte de la Iglesia de Santo Domingo en Lima, lugar donde descansan sus restos mortales.
El Santo Padre Benedicto XVI rindió hoy homenaje a San Martin de Porres en el 50 aniversario de su canonización, la cual fue realizada por el Papa Juan XXIII el 6 de mayo del año 1962.
El Sumo Pontífice exhortó al santo peruano que ayude a la iglesia en estos difíciles momentos, haciendo florecer la santidad de sus fieles reunidos en la Plaza San Pedro.
"Hoy recordamos el 50 aniversario de la canonización de san Martín de Porres, al que pedimos que interceda por los trabajos de la nueva evangelización, que haga florecer la santidad en la Iglesia. Invoquemos a la Virgen María para que nos acompañe en este camino", señaló.
San Martín de Porres fue elevado a los altares por el Papa Juan XXIII el 6 de mayo del año 1962, y es cariñosamente conocido como el “santo de la escoba”, y también como el primer santo negro de América.
A las nueve de la mañana del día 6 de Mayo del año 1962, el Padre Santo Juan XXIII, después de escuchar la súplica del Cardenal Perfecto de la Congregación de Ritos, pronunciaba las palabras de la canonización:
“En honor de la Santísima Trinidad, para exaltación de la fe católica y difusión de la religión cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Apóstoles Pedro y Pablo y Nuestra…decretamos y definimos que el Beato Martín de Porres es Santo y le inscribimos, por lo mismo, en el álbum de los Santos estableciendo que su memoria se celebre con piadosa devoción todos los años en el aniversario de su muerte, esto es: el día 3 de noviembre. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.”
A cincuenta años de la canonización de San Martín de Porres (*Lima, 9 de diciembre de 1579 – † 3 de noviembre de 1639), su mensaje de humildad y fe en Dios sigue vigente. No en vano es "Patrono de la justicia social"
Martín de la caridad (Homilía de canonización del Papa Juan XXIII)
«Martín de la caridad»
De la homilía pronunciada por el papa Juan XXIII en el rito de canonización de San Martín de Porres*
6 de mayo de 1962
San Martín de Porres, ejemplo de amor y seguimiento a Cristo
Nuestro corazón y el de todos los que profesan la fe de Cristo, está pendiente del importante acontecimiento que es el Concilio Ecuménico Vaticano II; en el cual están puestas las esperanzas de un rejuvenecimiento con mayor Vigor del Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia. A esto tienden especialmente en estos momentos nuestras tareas y actividades, que el Redentor Santísimo de los hombres nos encomendó, aquí en la tierra, para gobernar y dirigir a su esposa incontaminado. Por esta razón el rito solemne, que ahora con gran majestad se realiza en la basílica vaticana tiende, de una manera especial, a este mismo fin; pues al inscribir en el número de los santos del cielo, con gran solemnidad, a un varón insigne y de singulares virtudes, hemos pretendido significar que no pueden esperarse cosa mejor del Concilio que un nuevo acicate a los hijos de la Iglesia para una vida mejor.
Martín, con el ejemplo de su vida, nos demuestra que es posible conseguir la salvación y la santidad por el camino que Cristo enseña: si ante todo amamos a Dios de todo corazón, con toda nuestra alma y con nuestra mente y, en segundo lugar, si amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Cfr. Mateo, 22,36-38).
Por lo cual; ante todo, Martín, ya desde niño, amó a Dios, dulcísimo Padre de todos: y con tales características de ingenuidad y sencillez que no pudieron menos que agradar a Dios. Posteriormente cuando entró en la Orden Dominicana, de tal modo ardió en piedad que, no una sola vez, mientras oraba libre su mente de todas las cosas, parecía estar arrebatado al cielo. Pues tenía en su corazón bien fijo lo que Santa Catalina de Sena había afirmado con estas palabras: “Es normal amar a aquel que ama. Aquel que vuelve amor por amor puede decirse que da un vaso de agua a su creador” (Carta número 8 de Santa Catalina). Después de haber meditado que Cristo padeció por nosotros…, que llevó en su cuerpo nuestros pecados sobre el madero (Cfr. I Pedro, 2, 21-24) se encendió en amor a Cristo crucificado, y al contemplar sus acerbos dolores, no podía dominarse y lloraba abundantemente.
Amó también con especial caridad al augusto Sacramento de la Eucaristía al que, con frecuencia escondido, adoraba durante horas en el Sagrario y del que se nutría con la mayor frecuencia posible. Amó de una manera increíble a la Virgen María y la tuvo siempre como una Madre querida. Además, San Martín, siguiendo las enseñanzas del Divino maestro, amó con profunda caridad, nacida de una fe inquebrantable y de un corazón desprendido a sus hermanos. Amaba a los hombres, porque los juzgaba hermanos suyos por ser hijos de Dios; más aún los amaba más que a sí mismo, pues en su humildad juzgaba a todos más justos y mejores que él. Amaba a sus prójimos con la benevolencia de los héroes de la fe cristiana.
La obra de la caridad de San Martín
Excusaba las faltas de los demás; perdonaba duras injurias, estando persuadido de que era digno de mayores penas por sus pecados; procuraba traer al buen camino con todas sus fuerzas a los pecadores; asistía complacientes a los enfermos; proporcionaba comida, vestidos y medicinas a los débiles, favorecía con todas sus fuerzas a los campesinos, a los negros y a los mestizos que en aquel tiempo desempeñaban los más bajos oficios, de tal manera que fue llamado por la voz popular Martín de la Caridad. Hay que tener también en cuenta que en esto siguió caminos, que podemos juzgar ciertamente nuevos en aquellos tiempos, y que pueden considerarse como anticipados a nuestros días. Por esta razón ya nuestros predecesor de feliz memoria Pío XII nombró a Martín de Porres Patrono de todas las instituciones sociales de la República del Perú (Cfr. Carta Apostólica del 10 de Junio de 1945).
Con tanto ardor siguió los caminos del Señor que llegó a un alto grado de perfecta virtud y se inmoló como hostia propiciatoria. Siguiendo la vocación del Divino Redentor, abrazó la vida religiosa para ligarse con vínculos de más perfecta santidad; ya en el convento no se contentó con guardar con diligencia lo que le exigían sus votos, sino que tan íntegramente cultivó la castidad, la pobreza y la obediencia que sus compañeros y superiores lo tenían como una perfecta imagen de la virtud.
La dulzura y delicadeza de su santidad de vida llegó a tanto que durante su vida y después de la muerte ganó el corazón de todos, aún de razas y procedencias distintas; por esto nos parece muy apropiada la comparación de este hijo pequeño de la nación peruana con Santa Catalina de Sena, estrella brillante también de la familia dominicana, elevada al honor de los altares hace ya cinco siglos: ésta, porque sobresalió por su claridad de doctrina y firmeza de ánimo; aquél, porque adaptó sus actividades durante toda su vida a los preceptos cristianos.
Venerables hermanos y queridos hijos, como ya hemos afirmado al comienzo de nuestra homilía, juzgamos muy oportuno el que este año en que se ha de celebrar el Concilio, sea enumerado entre los santos Martín de Porres. Pues la senda de santidad que él siguió y los resplandores de preciara virtud con que brilló su vida, pueden contemplarse como los frutos saludables que deseamos a la Iglesia católica y a todos los hombres como consecuencia del Concilio Ecuménico.
Venerables hermanos y queridos hijos, como ya hemos afirmado al comienzo de nuestra homilía, juzgamos muy oportuno el que este año en que se ha de celebrar el Concilio, sea enumerado entre los santos Martín de Porres. Pues la senda de santidad que él siguió y los resplandores de preciara virtud con que brilló su vida, pueden contemplarse como los frutos saludables que deseamos a la Iglesia católica y a todos los hombres como consecuencia del Concilio Ecuménico.
Porque este santo varón, que con su ejemplo de virtud atrajo a tantos a la religión, ahora también, a los tres siglos de su muerte, de una manera admirable, hace elevar nuestros pensamientos hacia el cielo. No todos, por desgracia, comprenden cómo son precisos estos supremos bienes, no todos los tienen como un honor; más aún, hay muchos que, siguiendo el placer y el vicio los desestiman, los tienen como fastidiosos, o los desprecian. ¡Ojalá que el ejemplo de Martín enseñe a muchos lo feliz y maravilloso que es seguir los pasos y obedecer los mandatos divinos de Cristo!.
Venerables hermanos y queridos hijos. Tenéis trazada, a grandes rasgos, la imagen de este santo celestial. Miradla con admiración y procurad imitar en vuestra vida su excelsa virtud. Invitamos a esto especialmente a la juventud animosa que hoy se ve rodeada de tantas insidias y peligros. Y que especialmente el pueblo peruano, para nosotros tan querido, emule sus glorias de la religión católica, y por la intercesión de San Martín de Porres, produzca nuevos ejemplos de virtud y santidad. Amén, Jesús
No hay comentarios.:
Publicar un comentario