Solemnidad de nuestro padre Santo Domingo de Guzmán


 

Santo Domingo de Guzmán


Nació en Caleruega (Burgos) en 1170, en el seno de una familia profundamente creyente y muy encumbrada. Sus padres, don Félix de Guzmán y doña Juana de Aza, parientes de reyes castellanos y de León, Aragón, Navarra y Portugal, descendían de los condes-fundadores de Castilla. Tuvo dos hermanos, Antonio y Manés.

De los siete a los catorce años (1177-1184), bajo la preceptoría de su tío el Arcipreste don Gonzalo de Aza, recibió esmerada formación moral y cultural. En este tiempo, transcurrido en su mayor parte en Gumiel de Izán (Burgos), despertó su vocación hacia el estado eclesiástico.

De los catorce a los veintiocho (1184-1198), vivió en Palencia: seis cursos estudiando Artes (Humanidades superiores y Filosofía); cuatro, Teología; y otros cuatro como profesor del Estudio General de Palencia.

Al terminar la carrera de Artes en 1190, recibida la tonsura, se hizo Canónigo Regular en la Catedral de Osma. Fue en el año 1191, ya en Palencia, cuando en un rasgo de caridad heroica vende sus libros, para aliviar a los pobres del hambre que asolaba España.

Al concluir la Teología en 1194, se ordenó sacerdote y es nombrado Regente de la Cátedra de Sagrada Escritura en el Estudio de Palencia.

Al finalizar sus cuatro cursos de docencia y Magisterio universitario, con veintiocho años de edad, se recogió en su Cabildo, en el que enseguida, por sus relevantes cualidades intelectuales y morales, el Obispo le encomienda la presidencia de la comunidad de canónigos y del gobierno de la diócesis en calidad de Vicario General de la misma.

En 1205, por encargo del Rey Alfonso VIII de Castilla, acompaña al Obispo de Osma, Diego, como embajador extraordinario para concertar en la corte danesa las bodas del príncipe Fernando. Con este motivo, tuvo que hacer nuevos viajes, siempre acompañando al obispo Diego a Dinamarca y a Roma, decidiéndose durante ellos su destino y clarificándose definitivamente su ya antigua vocación misionera. En sus idas y venidas a través de Francia, conoció los estragos que en las almas producía la herejía albigense. De acuerdo con el Papa Inocencio III, en 1206, al terminar las embajadas, se estableció en el Langüedoc como predicador de la verdad entre los cátaros. Rehúsa a los obispados de Conserans, Béziers y Comminges, para los que había sido elegido canónicamente.
 
Para remediar los males que la ignorancia religiosa producía en la sociedad, en 1215 establece en Tolosa la primera casa de su Orden de Predicadores, cedida a Domingo por Pedro Sella, quien con Tomás de Tolosa se asocia a su obra.

En septiembre del mismo año, llega de nuevo a Roma en segundo viaje, acompañando del Obispo de Tolosa, Fulco, para asistir al Concilio de Letrán y solicitar del Papa la aprobación de su Orden, como organización religiosa de Canónigos regulares. De regreso de Roma elige con sus compañeros la Regla de San Agustín para su Orden y en septiembre de 1216, vuelve en tercer viaje a Roma, llevando consigo la Regla de San Agustín y un primer proyecto de Constituciones para su Orden. El 22 de Diciembre de 1216 recibe del Papa Honorio III la Bula “Religiosam Vitam” por la que confirma la Orden de Frailes Predicadores.

  
Al año siguiente retorna a Francia y en el mes de Agosto dispersa a sus frailes, enviando cuatro a España y tres a París, decidiendo marchar él a Roma. Allí se manifiesta su poder taumatúrgico con numerosos milagros y se acrecienta de modo extraordinario el número de sus frailes. Meses después enviará los primeros Frailes a Bolonia.

Habrá que esperar hasta finales de 1218 para ver de nuevo a Domingo en España donde visitará Segovia, Madrid y Guadalajara.

Por mandato del Papa Honorio III, en un quinto viaje a Roma, reúne en el convento de San Sixto a las monjas dispersas por los distintos monasterios de Roma, para obtener para los Frailes el convento y la Iglesia de Santa Sabina.

En la Fiesta de Pentecostés de 1220 asiste al primer Capítulo General de la Orden, celebrado en Bolonia. En él se redactan la segunda parte de las Constituciones. Un año después, en el siguiente Capítulo celebrado también en Bolonia, acordará la creación de ocho Provincias.

Con su Orden perfectamente estructurada y más de sesenta comunidades en funcionamiento, agotado físicamente, tras breve enfermedad, murió el 6 de agosto de 1221, a los cincuenta y un años de edad, en el convento de Bolonia, donde sus restos permanecen sepultados. En 1234, su gran amigo y admirador, el Papa Gregorio IX, lo canonizó.







 



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SOLEMNIDAD DE NUESTRO PADRE SANTO DOMINGO DE GUZMÁN


Mis hermanos más jóvenes me han pedido la enorme responsabilidad de hablar un poquito sobre nuestro Padre Santo Domingo. Tengo que reconocer que cada vez que me piden que hable o escriba sobre Domingo me estremezco, ya que significa e implica hablar o escribir sobre el por qué decidí ser dominico y sobre algo que es más comprometedor aún: por qué sigo siéndolo. 
De Santo Domingo y su carisma me enamoré hace ya bastantes años; me cautivaron muchas cosas como por ejemplo la sencillez de nuestro padre. Santo Domingo rechazó todo sentimiento de superioridad porque sabía que rechazarla significaba estar más cerca de la verdad; estar más cerca de Dios. La alegría de Domingo tampoco me pasó desapercibida. Descubrir esta alegría es percatarse de que en nuestra vida se pueden dar encuentros verdaderamente auténticos, es decir, sin máscaras; encuentros que muestran delicadeza y amabilidad porque es posible desatar nudos haciendo posible una verdadera convivencia. Otro aspecto considerable fue la búsqueda incesante de la verdad que forjó el carácter de Santo Domingo; por eso quiso que en su vida y en la de sus frailes estuviera siempre presente la necesidad de diálogo y comprensión. Santo Domingo nos dejó como herencia el que seamos deseosos de aprender, para que trasmitamos lo aprendido y de esta forma calmar el hambre de justicia que hay en este mundo nuestro tan convulso. 
Pero yo quisiera destacar una faceta, o mejor dicho, una virtud que poseía Santo Domingo: la compasión. Como dominico creo que no puedo saltarme esta realidad fundamental, con la que me siento cada vez más identificado y la cual hace que me cuestione cada día mi vocación, es decir, mi ser fraile dominico. Analizando la vida de Santo Domingo entiendo la compasión como sentir con…estremecerme ante… no pasar de largo… que no me sea indiferente… Nuestro padre oteó la realidad que se imponía en su tiempo y vio cómo la gente estaba desatendida y sin rumbo. Ante esta situación decidió entregar y gastar su vida entera para predicar en aquella sociedad dónde estaba la Verdad. 
Ante este hecho de la vida de Santo Domingo me surge una cuestión: ¿Qué puede significar sufrir con los otros y por los otros? Creo que es evidente que hablo del sufrimiento, del mal en la sociedad, en el mundo; de el por qué la gente no es del todo feliz. Santo Domingo creía, y por eso lo predicaba, que la felicidad está en el Evangelio. Sabía que en el mensaje de Jesús está la felicidad de todo ser humano; de toda la humanidad. Y es que Santo Domingo comprendió que el Evangelio nos dice que para ser felices no hay que evitar la realidad que nos rodea, sino partir de ella; no obviarla, sino hacerla presente. Santo Domingo entendía la compasión como la respuesta al sufrimiento ajeno, por eso, la compasión tiene que ser nuestra respuesta ante la falta, en el otro, de lo necesario; ya sea material o espiritual. Tiene que ser nuestra respuesta inmediata, movernos inmediatamente y sin pensarlo, reaccionando ante el sufrimiento de quien me necesita. Esto forma parte de lo que significa ser humano; esto es lo que se nos pide en el Evangelio y que nuestro padre Santo Domingo hizo fielmente. 
Cuando contemplo y rezo ante una pequeña imagen de Santo Domingo que hay en el oratorio de mi convento, pienso que nuestro padre alguna vez sintió, bien adentro, que se encontraba soportando el peso del mundo, el peso de la humanidad. Que sentía una inquietud sin tregua porque quería abrazar a todo el mundo, salvarlo... y en ese momento de oración me pregunto: “Jesús ¿Has sentido alguna vez, que ser persona es abrazar compasivamente, maternalmente, al otro que me descoloca y me altera, como lo hizo tu padre Domingo?”. Es cierto que la compasión no resuelve el problema de esta sociedad en que vivimos llena de tantos sinsentidos; pero sí creo que desde la compasión se afronta e incluso se lucha contra dicho problema con una actitud muy concreta: la del amor. Por tanto, seremos felices de verdad y será la hora de la felicidad para quienes, a través del mundo actual, creyentes o no, han elegido desde el fondo de su libertad el camino de la compasión y lo siguen día a día, de manera discreta, secreta, real, con hechos, como lo hizo Santo Domingo de Guzmán.

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